Un PSOE para la resistencia

El 41º congreso de los socialistas, celebrado bajo un sentimiento de acoso judicial, trata de lanzar la recuperación territorial del partido

Pedro Sánchez, este domingo en el congreso del PSOE.PACO PUENTES

El PSOE ha cumplido este fin de semana en Sevilla con el objetivo marcado para este 41º Congreso Federal: activar la maquinaria de renovación interna a través de los congresos regionales que se celebrarán hasta el verano de 2025. El reloj está ya en marcha tras la elección de una nueva ejecutiva, en la que Pedro Sánchez ha confirmado a los pesos pesados de su partido en los últimos años. La vicesecretaria general, María Jesús Montero, y Santos Cerdán, secretario de Organización, han sido y seguirán siendo dos piezas fundamentales en el andamiaje del poder socialista. Ambos son fieles escuderos de Sánchez y encargados de la interlocución con los socios de los que dependen los primeros Presupuestos de la legislatura. El Gobierno confía en aprobarlos a principios de año a pesar de la complejidad de la aritmética parlamentaria.

Sánchez ha optado por la continuidad en su ejecutiva. Las novedades hay que leerlas en la clave que condicionó el adelanto de este congreso: la recuperación del poder territorial en las elecciones de 2027. Al nuevo equipo de Ferraz ha incorporado a dirigentes llamados a tener un gran protagonismo en el PSOE que empieza a configurarse en las federaciones socialistas. Es el caso de Pilar Bernabé, delegada del Gobierno en la Comunidad Valenciana —muy aplaudida en Sevilla por su gestión de la dana—, y de otros referentes críticos en Castilla y León o la Comunidad de Madrid, a quienes el presidente elige como señal a las bases para la batalla interna que se avecina en las federaciones.

Está por ver cómo se desarrollan esos procesos internos y la capacidad de Sánchez para condicionarlos (los liderazgos en el PSOE los deciden los militantes en primarias), pero estos movimientos persiguen un objetivo claro: recuperar terreno de cara a las próximas citas electorales. Del éxito de esta operación —en la que se involucrarán ministros como Óscar López (que se prepara para dar el paso como candidato del PSOE madrileño tras la dimisión de Juan Lobato)— depende tanto la capacidad de los socialistas de desalojar a los “gobiernos negacionistas” citados por Sánchez en Sevilla como la posibilidad de revalidar un Ejecutivo progresista en España. El recorte de posiciones en Andalucía, la Comunidad de Madrid o Valencia resulta esencial para Sánchez, cuya principal fortaleza está ahora en Cataluña, con Salvador Illa como su gran aliado.

Esa complicidad explica en gran medida que este fin de semana el PSOE haya cerrado un documento sobre financiación autonómica en el que se reconocen todos los barones. La legítima inquietud de los responsables territoriales en verano por la falta de información sobre el acuerdo para la financiación singular de Cataluña se ha gestionado después sin ruido y con mano izquierda. La ponencia pactada en Sevilla tiene los parabienes del president de la Generalitat y del presidente de Castilla-La Mancha, Emiliano García-Page, tras consensuar que el nuevo modelo se aprobará “de manera multilateral” en el Consejo de Política Fiscal y Financiera “sin perjuicio” de la “relación bilateral” con cada comunidad. El PSOE acierta al lanzar un mensaje de unidad en una cuestión de la máxima relevancia para el sostenimiento del Estado de bienestar en toda España.

De este 41º Congreso Federal sale un PSOE en reconstrucción territorial y en un contexto de extrema dificultad. En el ánimo de los delegados ha calado el convencimiento de que están siendo víctimas de un acoso político-judicial para derrocar al Gobierno. El contexto ha marcado el congreso socialista. El mundo no es hoy ni se parece siquiera al del cónclave de hace tres años. Hoy son decisivos tanto el escenario internacional —con una acelerada ultraderechización occidental impulsada ahora por el triunfo de Trump— como la estrategia de la tensión en la oposición al Gobierno progresista puesta en marcha tras el inesperado resultado del 23-J, que dejó a las derechas españolas sin votos suficientes para gobernar —el trauma político—, o la decisión de Sánchez de aprobar la ley de amnistía para completar su investidura con los votos de Junts —el trauma judicial—. Sin olvidar la multitudinaria burbuja mediática madrileña, en feroz competencia consigo misma al abrigo del populismo de Isabel Díaz Ayuso.

El resultado ha sido una cita armada para exhibir unidad y anunciar que las políticas públicas de la socialdemocracia adaptada a los retos del siglo XXI —bestia negra del trumpismo— seguirán siendo su línea de defensa. Así se explica el discurso en positivo de Sánchez, que corrigió ayer el tono defensivo de sus compañeros. Por lo demás, de una reunión planteada como un foro de resistencia no se esperaba mucha autocrítica: no ha existido ninguna, ni una sola mención en los discursos al caso, traumático para los socialistas, de José Luis Ábalos, el único hasta el momento, de los que están bajo investigación, con sólidos indicios de corrupción; tampoco a otros errores de gestión.

El contexto, en efecto, ha sido decisivo en el cuarto congreso de Sánchez como secretario general. El de 2014 fue de transición. En el de 2017 se consagró un nuevo liderazgo. El de 2021 fue el de la reconciliación intergeneracional —que ha durado poco— y ahora, en 2024, después de 10 años de mandato de Sánchez en el partido y seis en el Gobierno, los delegados presentes en Sevilla han vivido un encuentro planteado para la resistencia. De la implicación y el aguante de las bases y los cuadros del partido dependerá el éxito de la hoja de ruta de este congreso, que mira a las urnas de 2027.

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