Ante la internacional trumpista

Trump llega a la Casa Blanca dentro de una corriente reaccionaria apoyada por grandes intereses económicos privados

El presidente electo, Donald Trump, señala a la multitud en la fiesta de la noche electoral, en West Palm Beach, Florida.Julia Demaree Nikhinson (AP)

El mismo día de la victoria en Estados Unidos de Donald Trump, en Alemania Olaf Scholz rompía su coalición de gobierno, mientras en Italia la ultraderechista Giorgia Meloni activaba una segunda deportación de migrantes a Albania y la Suprema Corte de México validaba una reforma judicial que permitirá elegir a sus jueces por voto popular. Un día antes, el primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu, destituyó al ministro de Defensa, Yoav Gallant, y puso en su lugar Israel Katz, un rabioso partidario de los colonos que augura la construcción de asentamientos en el norte de Gaza. Todos estos elementos hablan de la sacudida global formidable que podría suponer el shock trumpista y la incertidumbre que implica su vuelta a la Casa Blanca.

El presidente electo llegará a Washington, de nuevo, aupado por un discurso que ha priorizado indisimuladamente la defensa de los intereses nacionales y el desprecio hacia el multilateralismo y una diplomacia basada en valores. La internacional reaccionaria que lidera está hoy más conectada que nunca y no solo ha absorbido bajo la galaxia trumpiana a los principales think tanks conservadores del mundo, sino que cuenta con dirigentes y exdirigentes como Jair Bolsonaro o Javier Milei como fervientes partidarios, o con el propio Viktor Orbán, que además de sus estrechos lazos con Moscú es el máximo aliado del trumpismo dentro del propio Consejo Europeo.

Hay muchos líderes del mundo político y empresarial y de la alta tecnología tentados de congraciarse con el magnate en lugar de defender la democracia. Al contrario, parecen pedir más caos para sacar tajada. El mundo sufrirá con un puñado de superricos sin más interés que agrandar su beneficio caiga quien caiga. Esta confusión entre intereses privados y responsabilidades públicas quedó demostrada cuando los ricos dueños de periódicos clásicos como Los Angeles Times y The Washington Post impidieron que apoyaran a Kamala Harris. El mayor ejemplo es Elon Musk, que ha utilizado su red social para difundir mentiras y calumnias con el objetivo de perjudicar a los demócratas hasta el punto de convertirla en un órgano informal al servicio de Trump.

El magnate desregulará a favor de las grandes tecnológicas, los bancos y las criptomonedas, y en contra de medidas contra el cambio climático. Si durante su primera campaña presidencial se presentó como el candidato populista que decía hablar en nombre del pueblo y contra las élites de Washington, esta vez ha fraguado su victoria dentro de un ecosistema político y mediático con una peligrosa deriva hacia una oligarquía tecnolibertaria. El riesgo de ruptura con las tradicionales estructuras estatales para el ejercicio del poder es real. Ayudado por la apostasía del libre comercio y de plataformas digitales que escapan a cualquier forma de control, hay un serio riesgo de que la propagación del nepotismo iniciado durante su primer mandato termine por establecer su propia corte al servicio de unos pocos.

El electorado norteamericano ha votado siendo perfectamente consciente de quién es Donald Trump, de su programa político y del filtro exclusivo con el que ve el mundo desacomplejadamente reflejado en el eslogan “Estados Unidos primero”. Esto supondrá el debilitamiento de un orden internacional basado en reglas, junto con todas las instituciones que han desempeñado un papel importante en la gobernanza global tras la Segunda Guerra Mundial, incluidas Naciones Unidas, la OTAN y la UE. Es hora de pasar de las declaraciones triviales carentes de significado a los hechos y tomar de veras el control sobre nuestro destino. En los tiempos más oscuros tenemos no solo la obligación, sino la responsabilidad de exigirlo.

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