Reflexión sobre la dana: la tragedia y la respuesta del pueblo

El cambio climático no solo cobra vidas; también lo hacen la ignorancia, la incompetencia y la falta de humildad frente a la ciencia y a la naturaleza

Voluntarios colaboran en las labores de limpieza en Paiporta (Valencia), este lunes.ÓSCAR CORRAL

Según subían los decibelios de la disputa política española, las lluvias torrenciales nos han recordado una vez más la vulnerabilidad de nuestro país frente a la furia de la naturaleza, una vulnerabilidad que, aunque vivimos en u...

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Según subían los decibelios de la disputa política española, las lluvias torrenciales nos han recordado una vez más la vulnerabilidad de nuestro país frente a la furia de la naturaleza, una vulnerabilidad que, aunque vivimos en una nación próspera, sigue dejando huella en la vida y en el trabajo de miles de personas. Esta última dana, alimentada por los efectos del cambio climático y agravada por la falta de previsión y de recursos públicos, se ha convertido en una catástrofe devastadora para las comunidades más afectadas. Como señala la estrofa del cantautor valenciano Raimon: “Basta que llueva mal para que nos alcance la catástrofe”. Es un lamento que refleja la fragilidad de un país donde el clima extremo se vuelve cada vez más común y más agresivo.

Queremos expresar nuestro más profundo dolor por las vidas perdidas y nuestro apoyo a quienes han perdido su hogar, sus ilusiones y sus bienes. No obstante, el dolor y la solidaridad no son suficientes. Es urgente concluir los trabajos para encontrar a todas las personas fallecidas, enterrar en paz a los muertos y devolver la dignidad a los vivos, pero también es fundamental cuestionarnos por qué llegamos aquí y cómo evitamos que vuelva a suceder. Las lecciones tras la dana deben ir mucho más allá de la necesaria recuperación.

No podemos hablar de esta tragedia sin reconocer la inmensa solidaridad que la ciudadanía está demostrando en estos momentos tan difíciles. Los voluntarios, vecinos y personas trabajadoras de múltiples sectores, han sido los primeros en acudir, supliendo las carencias de medios y previsión de las instituciones competentes en las zonas anegadas. La ayuda ciudadana ha sido clave para dar esperanza, brindar refugio y consuelo a los afectados, y empezar a limpiar el lodo de las calles. Esta generosidad y compromiso colectivo resaltan lo mejor de nuestra sociedad, pero también evidencian que hubo falta de preparación, de previsión y de recursos para enfrentarse a una situación de esta magnitud, a pesar de los avisos que se fueron generando antes de que se produjera esta inmensa desgracia. Es inaceptable que sean siempre las personas, con su valentía y sacrificio, quienes terminen intentando suplir los vacíos dejados por una gestión tan ineficaz.

La realidad de un clima cambiante y extremado nos exige repensar cómo gestionamos y financiamos los servicios públicos. La importancia de contar con servicios bien dotados y bien financiados es incuestionable para afrontar este tipo de fenómenos y, sin embargo, a menudo se infravalora su papel hasta que llega la catástrofe. Un país no puede ser verdaderamente resiliente si no apuesta por una buena política fiscal que sostenga un sistema público capaz de prever y actuar eficazmente. No solo para responder en los primeros momentos de las crisis, sino también para poder dar soporte eficaz a las dificultades de subsistencia que irremediablemente terminan afectando a personas trabajadoras, autónomos y empresas. Esta es una responsabilidad de todos los actores políticos y sociales: entender que, sin servicios públicos robustos, cada tormenta pone en riesgo vidas, trabajos y bienestar.

Es ineludible exigir responsabilidades que procedan por la deficiente gestión de esta crisis. Las respuestas que se han ofrecido no han sido adecuadas ni proporcionadas a la magnitud del desastre. La falta de planificación y dotación de recursos ha puesto en peligro a miles de ciudadanos y ciudadanas. La clase trabajadora y las comunidades afectadas no pueden seguir pagando el precio de resoluciones tardías, erróneas o negligentes. Exigimos una evaluación de cada una de las decisiones tomadas, que se examinen las actuaciones y que se asuman las consecuencias de la inacción y la falta de previsión y coordinación, implementando cambios inmediatos para que una tragedia así no vuelva a repetirse. El pueblo que sufre y es solidario necesita respuestas.

Además, no debemos subestimar el daño de la desinformación. En tiempos de crisis, los bulos y la manipulación informativa agravan el sufrimiento y dificultan la respuesta. Los bulos también matan, sembrando la confusión, la desconfianza y el miedo, debilitando la capacidad de reacción de las comunidades. Los bulos también nos han dañado en esta crisis. Es hora ya de dotarnos de una protección firme contra la proliferación de mentiras que en momentos de emergencia añaden aún más peligros y obstáculos.

El cambio climático no solo cobra vidas; también lo hacen la ignorancia, la incompetencia y la falta de humildad frente a la ciencia y a la naturaleza. La emergencia climática está aquí y no podemos responder con recortes de recursos públicos ni negacionismo. Nos corresponde a todos enfrentar esta realidad de forma directa y decidida.

Es evidente que esta dana es una advertencia de que estamos en la antesala de algo más grande, una crisis climática que no distingue fronteras ni respeta el calendario. En este contexto, los sindicatos abordamos estos desafíos con determinación y conciencia, comprometidos en defender a la clase trabajadora y a luchar por un futuro en el que nuestras infraestructuras, políticas y valores estén a la altura de las amenazas climáticas que enfrentamos. Abrazamos desde aquí a todos los que lo han perdido todo y reiteramos nuestra solidaridad con cada persona golpeada por esta catástrofe.

Es momento de actuar con unidad, responsabilidad y visión de futuro.

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