La niña que me llevó al mar

La muerte se lleva con mi hermana Rosita la memoria de todos los días azules y confiados de mi niñez

Playa de la Malvarrosa en Valencia.Miguel Sotomayor (Getty Images)

Aunque los primeros meses de mi vida los pasé en el mar, una dicha solar inconsciente interrumpida por la guerra, fue a los cinco años, un 29 de junio de 1941, festividad de san Pedro, cuando un labrador vecino de casa cumplió el rito que entonces abría el verano con el primer viaje a la playa. En su carro de labranza, a modo de tartana, fueron subiendo su mujer y sus hijas, una de ellas amiga de mi hermana Rosita, que fue invitada y yo también con ella. Mi memoria de un mar c...

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Aunque los primeros meses de mi vida los pasé en el mar, una dicha solar inconsciente interrumpida por la guerra, fue a los cinco años, un 29 de junio de 1941, festividad de san Pedro, cuando un labrador vecino de casa cumplió el rito que entonces abría el verano con el primer viaje a la playa. En su carro de labranza, a modo de tartana, fueron subiendo su mujer y sus hijas, una de ellas amiga de mi hermana Rosita, que fue invitada y yo también con ella. Mi memoria de un mar consciente con todas las sensaciones placenteras que resbalaban por la piel las llevo muy dentro unidas a mi hermana Rosita, que acaba de morir. Fue ayer. Sé muy bien por quién doblan las campanas. La muerte se lleva con ella el recuerdo de todos los días alegres, felices, confiados de mi niñez. Puede que fuera aquella vez en la playa cuando en el momento de partir me señaló una casa de pescadores blanca y azul y me dijo: “Allí vivíamos nosotros cuando empezó la guerra. Tú eras un niño de pañales y yo te bañaba en la orilla del mar”. De regreso al pueblo con el pelo áspero por el salitre, las sandalias llenas de arena y los labios hinchados por la sal quedé dormido en el regazo de mi hermana y desde el fondo del sueño oía las canciones que cantaban las niñas. “Una tarde fresquita de mayo cogí mi caballo y me fui a pasear”. Su muerte me ha obligado a abrir el álbum de fotos. Aquí está con sus amigas adolescentes paseando por la carretera a la sombra de los nogales: era sin duda la más guapa, con sus ojos azules trasparentes, la sonrisa siempre abierta. Aquí está con sus trenzas y un gran lazo en la espalda junto a la maestra y después bodas, fiestas, meriendas en la playa, mesas largas llenas de vasos y botellas y detrás de los manteles todo el mundo riendo feliz. Siempre la recordaré de niña en el mar con su falda floreada sentada a la sombra de una barca varada. Nunca borraré tu nombre, Rosita, de mi agenda por si necesito llamarte algún día.

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