Después de Hamás

Una vez conseguido su objetivo de matar a Yahia Sinwar, cerebro de los atentados del 7 de octubre, Israel debe aceptar un alto el fuego

Retratos del líder de Hamás, Yahia Sinwar, son exhibidos en una manifestación de rebeldes hutíes en la capital de Yemen, Saná, tras saberse de su muerte a manos de los israelíes.YAHYA ARHAB (EFE)

La muerte a manos del ejército israelí de Yahia Sinwar —cerebro del sangriento ataque de Hamás del 7 de octubre de 2023— debería abrir una oportunidad para la tregua en Gaza, la liberación de los rehenes e incluso la paz en la región. Y una salida digna y aceptable para las legítimas reivindicaciones palestinas. Urge aprovechar la desaparición del líder terrorista para frenar también la guerra en Líbano y conseguir la aplicación de la resolución 1701 del Consejo de Seguridad de la ONU, que exige a la vez la retirada militar de Israel y la preservación de una zona de exclusión dentro de territorio libanés sin fuerzas armadas que amenacen su seguridad.

Ya no hay excusas para prolongar la escalada bélica en Oriente Próximo, de peligroso potencial expansivo. Es el momento de la diplomacia. De entrada, debe asegurarse la seguridad de la población civil, principal víctima de la guerra. De toda la población civil. Tanto los habitantes de los kibutz del Negev —atacados brutalmente por Hamás hace un año— como los del norte de Israel, ahora bajo el fuego de los misiles de Hezbolá. Y, por supuesto, los palestinos de Gaza, diezmados, sometidos a un trato inhumano bajo las bombas y atacados con el arma infame del hambre por parte de Israel. Sin olvidar a los de Cisjordania —acosados y desposeídos por los colonos y por el ejército— ni a los libaneses, bombardeados en todo el país del cedro. De ahí la urgencia de un cese de hostilidades en toda la región.

Benjamin Netanyahu ya ha expresado su voluntad de prolongar la guerra hasta la desaparición de Hamás, algo que, en la práctica, parece querer aplicar también a Hezbolá. Pero continuar con la escalada solo puede servir para satisfacer las demandas de la extrema derecha israelí, aferrada a sus aspiraciones expansionistas en Gaza y Cisjordania, a su rechazo radical a la creación del Estado palestino y a sus peligrosas pretensiones de provocar un cambio de régimen en Teherán. De nada servirá la victoria militar si no hay una salida política aceptable para las aspiraciones palestinas, que empiezan necesariamente con el alto el fuego en Gaza.

La disyuntiva ante la que se encuentra Netanyahu es ahora más clara que nunca. Si continúa con la devastación de la Franja, convierte Líbano en una nueva Gaza y se lanza a buscar la confrontación directa con Irán, el balance final de muerte y destrucción será una desgraciada siembra de violencia para el futuro, tal como ha sucedido tantas otras veces en Oriente Próximo. Ya lo es, pero hay que impedir que lo sea más. De seguir por esa vía, el primer ministro israelí estará abocando a su país a endurecer su actual transformación iliberal y militarista, cada vez más alejada del mundo occidental por la actitud del Gobierno más extremista de su historia. Si, por el contrario, apuesta por el alto el fuego, la paz y el reconocimiento de los derechos de los palestinos, obtendrá a su vez el reconocimiento como Estado con fronteras seguras por parte de los países árabes vecinos y se podrá empezar a trabajar para la imprescindible reconciliación con los palestinos. Será sin duda la mayor y única garantía para un futuro democrático y en paz.

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