En medio de la barbarie

La violencia que se inició hace un año en Oriente Próximo se está convirtiendo en una espiral ciega y llena de odio que destruye toda esperanza

Mujeres con bebés a cuestas y padres con atados en la cabeza sortean el lunes el cráter que dejó un bombardeo israelí en el principal paso fronterizo entre el Líbano y Siria.Noemí Jabois (EFE)

Hace un año unos jóvenes que bailaban en un festival fueron sorprendidos por la violencia de grupos armados que los persiguieron, dispararon contra ellos, los mataron y los secuestraron. Poco después cientos de familias fueron atacadas desde las alturas y sus casas se derrumbaron, murieron los suyos y los que quedaron iniciaron un largo peregrin...

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Hace un año unos jóvenes que bailaban en un festival fueron sorprendidos por la violencia de grupos armados que los persiguieron, dispararon contra ellos, los mataron y los secuestraron. Poco después cientos de familias fueron atacadas desde las alturas y sus casas se derrumbaron, murieron los suyos y los que quedaron iniciaron un largo peregrinaje hacia ninguna parte. Quizá sea a veces importante no ponerles apellidos, ni nacionalidad alguna, ni religión, ni marcas de identidad de ningún tipo a quienes están sufriendo porque su sufrimiento no es una categoría abstracta, es algo concreto, real, se cuela por los huesos, destruye las mentes, emponzoña los corazones, destruye toda esperanza.

Cada vez es más difícil entender lo que está ocurriendo en Oriente Próximo, o igual resulta muy fácil: demasiado odio acumulado, demasiadas historias de pérdidas y dolor, una pesadilla permanente de la que resulta imposible despertar desde hace décadas y décadas. Si se rasca un poco en lo que ocurre no hay otro plan entre los que ahora mandan que la destrucción total del enemigo: borrar del mapa a Hamás (y a todos los que están alrededor: los palestinos) y también a Hezbolá y a sus aliados, por parte de unos; por parte de los otros, destruir a Israel.

Un año ya asistiendo desde lejos a la macabra repetición del horror cotidiano de las explosiones, los tiros y la metralla, los cascotes, los cadáveres, y las caravanas de desahuciados. Pankaj Mishra dijo en una conferencia reciente, publicada en las páginas de este periódico, que Occidente no se entera de nada. Lo que desde luego hace Occidente es dividirse también por la mitad en esa lógica perversa del odio, con unos o con otros, y quizá lo hace —es posible— sin enterarse de nada. Lo único cierto es la impotencia; no hay manera de parar esa violencia. Es complicado entender el plan que tenían quienes atacaron Israel el 7 de octubre del año pasado, qué pretendían que ocurriera, qué cálculos hicieron, cuál es el balance de su ofensiva. Netanyahu dijo desde el primer momento que iba a “cambiar Oriente Próximo” y lo procura hacer a través de una espiral diabólica de guerra total y máxima destrucción que solo generará más odio. Estados Unidos sigue apoyando a Israel. Los países árabes miran a otra parte, como si los palestinos hubieran dejado de ser sus hermanos. No se sabe bien hasta dónde llegará Irán. Lo único cierto es la fragilidad y el pavor de las personas que padecen los ataques, su desolación.

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De vuelta a Pankaj Mishra, en un libro que publicó en 2012, De las ruinas de los imperios (Galaxia Gutenberg), y en el que se ocupó de algunas figuras que habían encarnado en Asia la rebelión contra Occidente, siguió los pasos de Jamal al-Din al-Afghani, “el hombre que levantó por primera vez la voz de la conciencia en el aletargado Oriente”. Dice Mishra que fue un hombre que iba armando sus ideas sobre la marcha y luchando siempre contra el imperialismo occidental, pero que no llegó nunca a predicar “la violencia terrorista”. Unos años antes de morir —en 1897—, concedió una entrevista a un periodista alemán. Le dijo: “He luchado, y sigo luchando, por un movimiento reformista en el podrido Oriente, donde me gustaría sustituir la arbitrariedad por la ley, la tiranía por la justicia, y el fanatismo por la tolerancia”. Ha pasado mucho tiempo desde entonces, es verdad, pero la arbitrariedad, la tiranía y el fanatismo que quiso combatir Al-Afghani siguen ahí, de una u otra manera y en los unos y en los otros.


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