Kamala Harris, guía para demócratas perplejos de todo el mundo

Gane o pierda la actual vicepresidenta de EE UU, los demócratas de todo el mundo hemos visto que la democracia aún puede movilizar entusiasmos transversales

Kamala Haris, a su llegada a la base aérea de Andrews, en Virginia.Matt Rourke (REUTERS)

Gane o pierda, Kamala Harris puede presumir ya de haber encendido un farolillo en la noche política. Parafraseando a los futboleros, está demostrando que hay partido frente al populismo resentido y que caben otras estrategias alternativas al repliegue radical en los extremos o al conservadurismo defensivo que tan caro les está saliendo, por ejemplo, a los socialdemócratas alemanes.

Gane o pierda, los demócratas de todo el mundo hemos visto que la democracia aún puede movilizar entusiasmos transversales, que interpelan a toda la comunidad política y siembran dudas al otro lado del muro q...

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Gane o pierda, Kamala Harris puede presumir ya de haber encendido un farolillo en la noche política. Parafraseando a los futboleros, está demostrando que hay partido frente al populismo resentido y que caben otras estrategias alternativas al repliegue radical en los extremos o al conservadurismo defensivo que tan caro les está saliendo, por ejemplo, a los socialdemócratas alemanes.

Gane o pierda, los demócratas de todo el mundo hemos visto que la democracia aún puede movilizar entusiasmos transversales, que interpelan a toda la comunidad política y siembran dudas al otro lado del muro que divide un país polarizado. Más allá de su puesta en escena, sus gestos o sus discursos; más allá incluso de la contundencia con la que humilló a Trump en el debate, el éxito de Harris consiste en no dar la razón a sus rivales y abrirles una vía de agua en el corazón de su propaganda. Hasta ahora, nadie lo había hecho tan bien como ella.

La acusación más recurrente y exitosa del populismo hacia los progresistas es el elitismo. Al reaccionar con soberbia, los progresistas les daban la razón y alimentaban el fuego que ya ardía a sus pies. Cuando Trump señalaba a los pijos progres como causa de todos los males del norteamericano común, cualquier sarcasmo de la tira cómica de The New Yorker solo servía como combustible para la hoguera. ¿Veis cómo no les importáis?, bramaban los Trump de ambos lados del Atlántico. El desprecio arrogante con el que una parte de la izquierda —la intelectual y cultural sobre todo, pero también la política— ha reaccionado al resentimiento de quienes se sienten descolgados del mundo ha terminado por arrojar a muchos votantes a los brazos de demagogos y mesías de baratillo.

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Tal vez su biografía la vacunó contra la soberbia y le ayudó a presentarse como hija de unas clases medias meritocráticas, una versión actualizada del sueño americano con la que se pueden identificar muchos votantes para los que hacer América grande de nuevo significa mandar a sus hijos a la universidad y que prosperen como la buena chica Kamala. María Ramírez, en su reciente libro-perfil Kamala Harris, la primera, la caracteriza como negociadora y partidaria de comprender al otro sin renunciar por ello a sus propias posiciones. También la retrata como una política flexible, poco dogmática y apegada al presente y sus circunstancias. Quizá nada de esto baste para contener a Trump ni apagar los ardores guerreros de los que ya hacen planes para tomar el Capitolio otra vez, pero es un buen principio y una guía para demócratas perplejos de todo el mundo.

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