Mujeres, pequeñas, negras, miopes y de oro

A ver quién se pone a hacer media tarea con Simone Biles dando vueltas por las barras o Rebeca Andrade brincando sin falla por el suelo de París

Simone Biles (a la izquierda) y la también gimnasta estadounidense Jordan Chiles hacían el lunes una reverencia a la brasileña Rebeca Andrade, medalla de oro en suelo en los Juegos de París.Foto: ATHIT PERAWONGMETHA (REUTERS) | Vídeo: EPV

Tres suspiros, dos canastas y media brazada les quedan a los Juegos Olímpicos de París. Los atletas de sofá tendrán que esperar cuatro años más para volver a convertirse en expertos en todo, de halterofilia a taekwondo. Aunque hoy los atletas de sofá son más atletas de autobús, de oficina o de tumbona. Llevar una pantalla en la mano cada minuto del día hace que nuestro consumo de lo fugaz resulte instantáneo y repetitivo, algo que se ha hecho notar en estos Juegos, los más conectados de la historia. Pero claro, ver saltos y canastas no es muy compatible con la vida laboral, y tanta conexión nos pasa factura. Los estadounidenses lo han confesado: uno de cada cuatro reconoce que su productividad ha bajado desde que la llama-globo olímpica se encendió el pasado 26 de julio. Y la NBC, la cadena que retransmite las pruebas en EE UU, se lo toma tan en serio como a guasa: “Nuestro objetivo es hacer al país improductivo durante todo el día”, ha declarado a Reuters su productora ejecutiva de los Juegos, Molly Solomon. Se han dejado 7.650 millones de dólares en derechos, así que la vagancia les viene estupendamente.

Improductivos somos todos. Porque a ver quién se pone a hacer media tarea con Simone Biles y sus 142 portentosos centímetros dando vueltas por las barras, o los 45 kilos de Rebeca Andrade brincando sin fallos por el suelo mientras suenan los primeros acordes de Run the World (Girls), de Beyoncé. Más allá de algún miembro viril tropezando entre pértiga y listón y de señores turcos que disparan pistolas con una mano en el bolsillo y unos tapones de farmacia, el protagonismo de estos Juegos se lo llevan estas pequeñas mujeres que no han parado de sonreír y de hacerse la ola, incluso literalmente, las unas a las otras.

Sigue maravillando ver a Biles, año tras año (quédate hasta Los Ángeles 2028, por favor), y ahora también a Andrade, crear movimientos con su cuerpo que no caben en ninguna cabeza. Pero maravilla aún más ver cómo esas mujeres, de 27 y 25 años, respectivamente, que ni siquiera hablan el mismo idioma, se admiran mutuamente y, además, públicamente. Se comunican por gestos, por sonrisas, se aplauden y, por supuesto, se pican, que para algo son deportistas de élite, pero de la forma más pura de los Juegos, desde la admiración. Una forma de entender el deporte en femenino, al fin, de manera sana, lógica. Sororidad olímpica.

Tres mujeres negras en un podio, el de suelo, compartiendo medallas y admiración. Llegó hasta la sala de prensa, donde las estadounidenses calificaron a la brasileña de “un lujo para la vista”, de “icono”. Ninguna lo ha tenido fácil, las dos lo saben, han apostado sus vidas para esto, y ahora en las redes nos emocionamos con estos logros únicos. El mundo ama a la nueva Biles, sonriente tras la tormenta, y a la pizpireta Andrade. Ver sus repeticiones, sus memes o cómo se mandan besos desde nuestras pantallitas de vidrio es el verdadero deporte del verano.

Mujeres de veintipocos se han convertido en trending topic por conseguir naturalizar cuestiones que hasta hace unos años quedaban lejos del deporte y mucho más de una cita olímpica. Simone Biles, igual que su compañera Suni Lee, han hecho ver que la salud mental es tanto o más importante que la física, y que hay que parar cuando toca. Hasta han contado con un perro, Beacon, estrella de X, para darles apoyo emocional. Normalizar en un megaevento tan televisado y con presencia constante en las redes resulta refrescante.

Rebeca Andrade ha escalado sus propias montañas, más allá de las de la pobreza de su Guarulhos natal. No se ha alisado el pelo para competir, como tantas mujeres negras llevan haciendo décadas en pos de una imagen más occidentalizada, sino que mantiene sus rizos y sus trenzas en un moño que no se menea salto tras salto. Mientras se prepara para la prueba, piensa en las recetas que preparará de vuelta a casa. Necesita gafas, como demostró para comprobar en el marcador que se estaba colgando un oro. En alguna entrevista ha contado entre risas que no está cómoda con lentes de contacto, que no ve nada de nada cuando se sube a la barra de equilibrio. Así que baja y, tan pichi, se pone sus gafas y hace simbolitos de corazones ante unos espectadores que, lejos de reírse, aplauden emocionados su normalidad de oro.

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