Triunfo de la fe

De la Fuente fue el único seleccionador que tuvo más esperanza en sus jugadores que miedo a sus rivales

El capitán de la selección española, Álvaro Morata, a su llegada al aeropuerto Adolfo Suárez Madrid-Barajas, este viernes en Madrid.Chema Moya (EFE)

Lo del domingo fue un milagro. No se recuerda una selección que, partiendo de unas posibilidades tan bajas de ganar la Eurocopa (de un 11%, según el modelo de EL PAÍS; quintos, por detrás de Francia, Inglaterra, Alemania y Portugal), se alce con el título, ganando todos los partidos de la fase final.

Si hubo ayuda divina no se notó, porque los dados que tiró Dios no fueron propicios. España tuvo que enfrentarse a las grandes potencias de la década: la artística solidez de la Croacia de Modric, la ag...

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Lo del domingo fue un milagro. No se recuerda una selección que, partiendo de unas posibilidades tan bajas de ganar la Eurocopa (de un 11%, según el modelo de EL PAÍS; quintos, por detrás de Francia, Inglaterra, Alemania y Portugal), se alce con el título, ganando todos los partidos de la fase final.

Si hubo ayuda divina no se notó, porque los dados que tiró Dios no fueron propicios. España tuvo que enfrentarse a las grandes potencias de la década: la artística solidez de la Croacia de Modric, la aguerrida disciplina de la Italia de Spalletti, la apabullante mecánica de la Alemania de Kroos, la deslumbrante potencia de la Francia de Mbappé, y la agresiva habilidad de la Inglaterra de Bellingham. Uno a uno, los jugadores españoles parecían inferiores. Arriba, nadie tenía un idilio con el gol, ya fuera porque su mejor momento había pasado (Morata y Oyarzábal) o no había llegado (Yamal y Williams). Atrás, el seleccionador daba los galones a un supuesto jubilado en Arabia Saudí y a un excéntrico portero. Y, con la excepción de Rodri, ningún mediocampista acumulaba experiencia contrastada al más alto nivel. ¿Por qué pues ganó España?

Los altos hornos ideológicos forjan sus teorías. La derecha recicla el mito del indomable luchador patrio, de la árida tierra del Cid y los conquistadores al cuidado césped de Wimbledon y Berlín. Del Alcázar a Alcaraz. El clásico nacionalismo con ribetes machistas. Y la izquierda cuece otro ideal problemático: el triunfo de la diversidad. Enfatizar la diferencia, de Yamal y Williams, aunque sea para alabarla, es invocar a los demonios. Como bien saben en Francia, añadir el adjetivo multicolor a la selección de Zidane en el mundial de 1998, y multirracial a la de Mbappé en 2018, no ha ayudado a limar el debate identitario. Todo lo contrario. Además, calibrar en goles (o contribuciones netas a la seguridad social) a un grupo social es instrumentalizarlo, reducirlo a su utilidad material. Valorar a las personas por los números de su etnia es deshumanizarlas.

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España ganó por la fe. De la Fuente fue el único seleccionador que tuvo más esperanza en sus jugadores que miedo a sus rivales. Cuando, por la exigencia del marcador, Alemania, Francia o Inglaterra se soltaron, nos avasallaron. Pero, como simbolizó la patada de Kroos a Pedri, de entrada, las grandes selecciones priorizaron neutralizar el juego a crearlo. Ante la duda, impusieron la prudencia. De la Fuente, la fe. No sé si nos salvó la Providencia, pero sí la creencia en la misma de nuestro seleccionador. @VictorLapuente

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