Rishi Sunak no es Obama

Los únicos signos de los tiempos en las calles que recorro son las banderas de la Eurocopa. Ningún símbolo político con el que reavivar el antes pomposo orgullo nacional

Rishi Sunak, durante una reunión con simpatizantes en una fábrica de cerámica en el norte de Inglaterra.Darren Staples (via REUTERS)

Lo bueno de estas elecciones británicas es que ya nadie puede culpar a un agente externo de las desgracias propias, como en las anteriores. La UE era hasta la fecha el chivo expiatorio que usó el populismo para culpabilizar del mal estado de los servicios públicos, el exceso de inmigración o el empobrecimiento. Esta vez, no hay máscaras posibles. El dinero prometido para la sanidad que supuestamente les arrebataba Bruselas no ha lle...

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Lo bueno de estas elecciones británicas es que ya nadie puede culpar a un agente externo de las desgracias propias, como en las anteriores. La UE era hasta la fecha el chivo expiatorio que usó el populismo para culpabilizar del mal estado de los servicios públicos, el exceso de inmigración o el empobrecimiento. Esta vez, no hay máscaras posibles. El dinero prometido para la sanidad que supuestamente les arrebataba Bruselas no ha llegado; la inmigración se ha disparado bajo el Gobierno tory; el lastre solo crece para las empresas, que sufren aumentos de costes de hasta el 60% para exportar a países europeos. Los cacareados acuerdos bilaterales para comerciar tampoco llegaron y la soberanía prometida, la gran liberación de la burocracia bruselense, no se traduce en mayor orgullo nacional porque no hay gran cosa de la que enorgullecerse.

El rotundo fracaso del Brexit, del que nadie quiere hablar en voz alta, no significa sin embargo que se contemple una marcha atrás. Los dos grandes candidatos coinciden en prometer una mejor negociación con Bruselas para recuperar unas relaciones provechosas que los brexiters se empeñaron en romper. Pero no hay responsabilidades, no hay culpas, no hay quien pague los platos rotos, salvo la previsible debacle de los tories.

La aventura británica nos deja, sin embargo, lecciones, grandes lecciones que deberían ser vacunas para todos los demás. Para nosotros. La primera es que el camino populista de las soluciones fáciles es una vía a ninguna parte; ocurrió con el propio Brexit y con el plan de Liz Truss, lo más parecido a Milei que tuvo el Reino Unido y que fracasó en un mes.

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La segunda es que la máquina de cometer errores no se arregla por sí sola: de las imposturas y escándalos de Boris Johnson se pasó a la varita mágica averiada de Truss y, de ahí, a un primer ministro, Rishi Sunak cuya única virtud, en palabras de un fino analista local, es que es de origen indio. El sueño de un Obama multirracial al modo británico habría sido reparador, pero no ha sido el caso. Hace tiempo que este país dejó de alentar sueños y de ser inspirador.

Y la tercera es que nadie paga la factura, salvo los ciudadanos.

La búsqueda de enemigos fáciles a los que atribuir nuestras frustraciones y la nostalgia de mundos que nunca volverán nos deberían vacunar. El mundo cambia y quien no lo acompaña se queda colgado de la brocha. Porque el futuro imaginario nunca se pone en pie al margen de la realidad. Oído, cocina.

Recorro Escocia en bici y descubro que los únicos signos de los tiempos son las banderas para animar a los propios en la Eurocopa. Ni un símbolo político con el que reavivar el antes pomposo orgullo nacional.

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