El PSOE aguanta, la izquierda baja en Europa

Una oposición menos crispada no habría producido la concentración del voto progresista ni fragmentado tanto el voto de la derecha

Enrique Flores

Uno. La lectura española. Quiso la casualidad que la Ley de amnistía se aprobara en medio de la campaña electoral de las europeas. No hace falta que me extienda en los comentarios hiperbólicos que las derechas han realizado sobre esta Ley, supongo que todos ustedes están al tanto porque los medios han martilleado este asunto durante meses: es el...

Suscríbete para seguir leyendo

Lee sin límites

Uno. La lectura española. Quiso la casualidad que la Ley de amnistía se aprobara en medio de la campaña electoral de las europeas. No hace falta que me extienda en los comentarios hiperbólicos que las derechas han realizado sobre esta Ley, supongo que todos ustedes están al tanto porque los medios han martilleado este asunto durante meses: es el fin de la división de poderes, la quiebra definitiva del Estado de derecho, la mayor corrupción política, la destrucción de la democracia, etc., etc., etc. Súmenle a todo esto unas acusaciones tremendas referidas a la pareja del primer ministro, amplificadas por uno de los muchos “jueces de guardia” de la derecha; y no se olviden de que, en el pasado, las elecciones europeas, sobre todo cuando se celebraban solas, han sido la ocasión propicia para castigar a los partidos en el poder.

Dados todos estos elementos, lo más lógico era que el PP hubiese sacado una ventaja sustancial al PSOE. Hace un par de meses, algunas empresas de opinión pública quisieron calentar el ambiente dando diferencias hasta de más de 15 puntos a favor del PP (solo el CIS dio ganador al PSOE). Y, sin embargo, el PSOE ha resistido, con un 30% del voto y solo cuatro puntos por detrás, pese a que el PP ha absorbido todo el voto de Ciudadanos. Se mire como se mire, no es un buen resultado para el objetivo del PP: forzar elecciones anticipadas. En cambio, el resultado sí es bueno para las derechas, que en conjunto han crecido, como en casi toda Europa.

Una vez más (es difícil llevar la cuenta), la oposición tan exagerada e histriónica del PP y sus medios afines ha tenido efectos contraproducentes. Por un lado, en el contexto general de una izquierda menguante, la campaña brutal contra Pedro Sánchez ha acabado generando un efecto de concentración del voto progresista a favor del PSOE y a costa de Sumar. Tan es así que Yolanda Díaz, en una reacción fulminante, ha dimitido de sus responsabilidades orgánicas en Sumar, dejando abierto el futuro de ese espacio de izquierdas. Es muy probable que el desgaste natural de un asunto tan controvertido como la amnistía hubiese provocado un mayor coste electoral para el PSOE si el PP hubiese hecho una oposición firme pero civilizada y mesurada. Al haber presentado el asunto con la truculencia retórica que es marca de la casa, el PP provoca reacciones de solidaridad y apoyo al primer ministro, a quien se ve como víctima de una campaña de destrucción política y personal. No cabe descartar, pues, que la distancia entre PP y PSOE hubiese sido mayor si no hubiera operado la lógica de la crispación.

Por otro lado, el PP utiliza un tono tan excesivo en sus ataques al PSOE y a las izquierdas que, al final, lejos de conseguir unificar el voto de la derecha, termina provocando una mayor fragmentación. La irrupción de “Se acabó la fiesta” tiene mucho que ver con que se haya normalizado el discurso sobre la ilegitimidad del Gobierno de coalición de izquierdas. En los medios derechistas se ha seguido la política de barra libre: cualquier ataque, por brutal que resulte, vale para la causa de la eliminación del “sanchismo”. No estoy sugiriendo que un fenómeno como “Se acabó la fiesta” no hubiera podido surgir de todas maneras, pero creo que el nivel de toxicidad que ha alcanzado el debate público en España ha facilitado enormemente el éxito de esta plataforma. En suma, una oposición dentro de los parámetros de normalidad propios de las democracias consolidadas es probable que no hubiese producido el efecto de concentración del voto progresista en torno al PSOE y no hubiera fragmentado tanto el voto en la derecha. Algo similar sucedió en las últimas elecciones generales, frustrando la mayoría absoluta de PP y Vox.

Dos. La lectura europea. En el momento de escribir estas líneas, no contamos aún con el agregado de votos en Europa, aunque ya hay un reparto provisional de escaños que será muy parecido al definitivo. Teniendo en cuenta que en esta elección el número de escaños era menor que en 2019, comparo los porcentajes de escaños en el Parlamento Europeo en 2019 y 2024.

Pues bien, si mis cálculos no son erróneos, la extrema derecha solo crece ligeramente. Con respecto a los dos grandes grupos dominantes, Identidad y Democracia por un lado y Conservadores y Reformistas por otro, el porcentaje de escaños sigue igual que en 2019, 18%. Si añadimos partidos de derecha radical no inscritos en ningún grupo, como Fidesz en Hungría y Alternativa por Alemania, observamos un aumento del 20,2% al 21,8%. No es ni mucho menos una ganancia espectacular. Otra cosa es el impacto simbólico que tenga la victoria de la extrema derecha en Francia e Italia, o quedar en segunda posición en Alemania. Por su parte, la derecha conservadora tradicional sube del 24,2% al 25,7%, un aumento modesto.

Los principales cambios se observan en el centro y en las izquierdas. En el centro, los liberales retroceden claramente, pasando del 14,4% al 11,1% de los escaños. Las izquierdas, por su parte, bajan del 35,8% al 31,2% (cae un poco la socialdemocracia, ya por debajo del 20% de los escaños, y algo más las izquierdas radicales y los verdes).

En términos globales, se produce, pues, una creciente derechización en la distribución de escaños. ¿A qué se debe la debilidad de las izquierdas? De momento no podemos más que especular, a la espera de análisis sistemáticos. Por una parte, es evidente que los temas de seguridad han ido ganando protagonismo a lo largo de los últimos meses. Se ha hablado más de defensa que de cambio climático. Las derechas han explotado los miedos sobre la guerra y han insistido en la necesidad de rearmarse y prepararse para lo peor con Rusia. Estos asuntos perjudican a las izquierdas. Cuando dominan los miedos (a un conflicto internacional con Putin, a la inmigración, a la decadencia económica del continente), las derechas ofrecen certidumbre, autoridad y la protección de la nación.

Por otra parte, las llamadas “guerras culturales” tienen efectos difíciles de anticipar. Los avances en feminismo, ecologismo, etc., han producido una reacción iracunda en algunos sectores de la población, más acusada entre los hombres que entre las mujeres y especialmente visible entre los hombres jóvenes. Las izquierdas se habían acostumbrado a dominar el sentido común de la época, pero ha surgido una fuerte oposición en la que se acumulan sospechas, resentimientos y agravios derivados del cambio cultural.

Que la caída del apoyo se produzca tanto en la socialdemocracia como en la izquierda radical y los verdes muestra que el problema no es que la socialdemocracia haya sido demasiado tibia y acomodaticia, ni que las izquierdas radicales hayan sido demasiado rupturistas. No se trata tanto de afinar con el programa como de recuperar credibilidad a la hora de ofrecer tiempos mejores. El problema, por decirlo de forma muy resumida, no estriba en que la gente no comparta los objetivos de la igualdad y la justicia social, sino, más bien, en que los ciudadanos no creen que los partidos de izquierdas sean capaces de alcanzarlos, unos porque se mueven en el terreno de la pureza ideológica, otros porque están demasiado incrustados en el sistema, y todos porque el viento de la historia sopla en contra.

Más información

Archivado En