Los senadores y diputados de Brasil tienen un miedo que hace sonreír
En el Congreso, más que el miedo a nuevas invasiones de bárbaros bolsonaristas, han contratado a una empresa para que les libre de otro tipo de enemigos que están atacando a las quinientas y pico de sus señorías
Me equivoqué cuando, semanas atrás, escribí en esta misma columna que a la política le faltaba humor e ironía, que era demasiado seria. No ahora en Brasil donde se ha descubierto que los senadores y diputados tienen miedo en sus respectivos castillos y han tomado medidas que, por cierto, no resultan muy baratas según los presupuestos oficiales. Y hasta hacen sonreír.
Todo ha sido provocado por el asalto ya de una turba de seguidores del golpista ...
Me equivoqué cuando, semanas atrás, escribí en esta misma columna que a la política le faltaba humor e ironía, que era demasiado seria. No ahora en Brasil donde se ha descubierto que los senadores y diputados tienen miedo en sus respectivos castillos y han tomado medidas que, por cierto, no resultan muy baratas según los presupuestos oficiales. Y hasta hacen sonreír.
Todo ha sido provocado por el asalto ya de una turba de seguidores del golpista Bolsonaro que el 8 de enero del 2023, días después de que el progresista Lula había tomado el timón del país, entró en el Congreso, el Senado y el Tribunal Supremo, y pusieron todo patas arriba dejando un triste rastro de destrucción.
Sobre Bolsonaro recaen 14 acusaciones graves de la justicia que podrían muy bien tenerle ya en prisión. Sin embargo, sigue activo, juntando miles de seguidores y maniobrando para ir preparando al sucesor que deberá enfrentar seguramente a Lula en 2026, dado que él es inelegible durante ocho años.
Eso ha llevado a los serios senadores a blindarse más contra posibles nuevos asaltos de la furia bolsonarista, solo que con tanta minuciosidad que han despertado una ola de humor al revelar el pánico que les aprieta. Según ha informado la prensa nacional, el Senado ha abierto un concurso para comprar “equipos de disturbios civiles” para contener mejor posibles nuevas invasiones.
Entre otros materiales, va a adquirir 160 unidades de “trajes policiales antitumulto”. Están también previstos 190 capacetes antidisturbios. A ello se suman 140 escudos y 140 porras con fundas para los policías del Senado.
En el Congreso, más que el miedo a nuevas invasiones, han contratado a una empresa para que les libre de unos enemigos de otro tipo que sin esperar a otras invasiones de bárbaros bolsonaristas están atacando ya a las quinientas y pico de sus señorías los diputados. Se trata esta vez no de vándalos humanos sino de bichos. Al parecer el Congreso ha sido tomado por una invasión de animales terrestres y voladores, como cucarachas, ratas, pulgas, hormigas, arañas, polillas y otros intrusos más del reino animal. Y los diputados tienen miedo y asco. El presupuesto para defenderse de esa horda de bichos es alto, pero al parecer el miedo de los diputados es mayor.
Toda esa pizca de humor político, que es como lo han interpretado los medios, choca con algo mucho más serio y grave que constituye uno de los dolores de cabeza del nuevo Gobierno de Lula, y es el miedo a la violencia que azota a todo el país y que destaca en todos los sondeos como la mayor preocupación, más que la economía, de los ciudadanos de a pie que salen a la calle o viven en sus casas con un miedo cada vez mayor a ser asaltados. Y eso que una de las banderas de Bolsonaro fue su monomanía de militarizar a las familias abriendo de par en par las puertas a la compra de armas para defensa propia, lo que ha resultado al revés, en un aumento de crímenes incluso domésticos como el de una niña de tres años que mató de un tiro a su madre con la pistola de su padre.
Para acabar en la línea del humor, todo ello ha llevado a desempolvar un episodio ocurrido a Bolsonaro cuando era más joven, antes de llegar al poder, contado por él mismo. Salió de su casa en moto con una pistola en el bolsillo. En la puerta de su casa fue asaltado por dos jóvenes y se quedó sin pistola y sin moto, que solo más tarde la policía rescató al parecer en una favela de Río de Janeiro. Es decir, me había equivocado y, por lo menos aquí en Brasil, el humor consigue colarse a veces en los entresijos de la turbulenta y compleja política que azota al país.
Lo que no permite sonreír es la ola de violencia real, con crímenes que a veces cuesta describir, que asolan cada vez más a las grandes ciudades del norte al sur del país, que aparecen en todos los sondeos nacionales como la mayor preocupación de las personas y que el Gobierno progresista de Lula lucha, por ahora en vano, para hacerle frente. Justamente en estos días el Gobierno ha tenido una grave derrota en el Congreso, que ha rechazado la propuesta de permitir a los presos de las cárceles salir en algunas festividades para visitar a sus familias, de lo que suele resultar que muchos de ellos acaben huyendo.
Si es verdad que Bolsonaro es visto como un político que fracasó en su ilusión de dar un golpe de Estado y de armar al país en vistas de una posible guerra civil, lo cierto es que en este momento el tema de la seguridad se ha convertido para el nuevo Gobierno de Lula en uno de sus mayores desafíos, que podrían repercutir seriamente en las próximas presidenciales del 2026 en las que, de hecho, vive ya la clase política dado el dinamismo que a pesar de los pesares sigue teniendo —aún inelegible— el ultra Bolsonaro, seguido, curiosa paradoja, sobre todo por las mujeres.