El impulso inútil que nos salvará

Los gestos simbólicos no sirven de nada. Nada nos indigna para siempre o durante el tiempo suficiente y, quien tiene que saberlo, lo sabe

Un policía pasa frente a unos carteles contra la guerra en Gaza en la Universidad George Washington, en la capital estadounidense.SHAWN THEW (EFE)

Por quinta vez, Vladímir Putin tomó ayer posesión de su cargo en el Gran Palacio del Kremlin de Moscú, donde seguirá al frente de la presidencia hasta 2030, porque la primera victoria Putin se la quiere cobrar al futuro. Al ver la ceremonia y su solemnidad, me acordé de quienes, al poco de que empezara la invasión de Ucrania, se atrevieron a plantarse en medio de las calles rusas con un folio en blanco del que, como no de...

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Por quinta vez, Vladímir Putin tomó ayer posesión de su cargo en el Gran Palacio del Kremlin de Moscú, donde seguirá al frente de la presidencia hasta 2030, porque la primera victoria Putin se la quiere cobrar al futuro. Al ver la ceremonia y su solemnidad, me acordé de quienes, al poco de que empezara la invasión de Ucrania, se atrevieron a plantarse en medio de las calles rusas con un folio en blanco del que, como no decía nada, se entendía todo. Tanto, que la policía arrestaba a quien luciera carteles tan subversivos como aquellos, que estaban vacíos.

Nadie se acuerda ya de aquellos gestos porque los gestos simbólicos no sirven de nada. Te queda la multa y quién sabe. Pensé en la ristra de pequeñas y grandes acciones hechas con los mejores propósitos y que ni cambian el mundo ni se guardan en la memoria, si lo más que hacemos es olvidar. La memoria nos dura lo que nos dura la conmoción y nos conmocionan tanto que es difícil saber dónde acudir en cada momento. Nada nos indigna para siempre o para el tiempo suficiente y, quien tiene que saberlo, lo sabe.

Pensé en quienes ponen rosas y quienes pasan algunas noches al raso o en tiendas de campaña. En quienes se quedan en su sitio porque han decidido resistir. En quienes llevan folios en blanco conscientes de que la historia es una corriente inabordable que no se va a alterar ni se va a inmutar por minucias de la gente corriente que echa a perder su tiempo. Pensé en quienes, queriendo ir un poco más allá, le ponen letra a esos carteles e incluso prueban con algún lema o alguna rima. Ellos conocen, como los demás, que su pequeño gesto no bastará y lo más probable es que los folios y las rosas y las pancartas acaben por alimentar la fatigosa rutina de la melancolía.

Pensé, en fin, en que todo esto que escribo todo el mundo lo conoce porque es la historia de la humanidad y, pese a ello, aún existe un impulso que pelea contra esa inercia. Quizá sea por inconsciencia o rebeldía. Quizá sea por un sentido del deber, que te empuja a hacer algo aunque creas —aunque sepas— que no vaya a servir de nada. Es el impulso lo que vale: el impulso del que nadie se acordará. Pero a veces las cosas no se hacen por la memoria. Ni siquiera se hacen por los demás. Se hacen, precisamente, cuando no se puede hacer mucho más o nada más y lo que te queda es una rosa o un folio en blanco o, por lo menos, un tuit.

Quién sabe si la valentía de preservar los gestos que no sirven de nada sea la única forma de decirnos que aún hay algo que podamos hacer. Aunque ocurra lejos. Aunque parezca inevitable.

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