Primer plano
Envejecer es una obra de arte cuando uno comprende, como Luis Mateo Díez, que lo menos interesante que te pasa a ti eres tú
“Nada me interesa menos que yo mismo” dice Luis Mateo Díez en la entrega del Cervantes. Es la frase de un sabio que ya tiene encima lo más salvaje que puede tener un hombre: el tiempo. “Yo tengo 68 años, que es una edad escandalosa”, dijo Josep Pla. Es aquello que mi amigo Pechelingue, del que no sé nada desde hace 15 años, decía: “Esto yo no lo sé por experiencia, sino porque me ha pasado”. A Pla le había pasado la edad como un autobús. “Las consultas se me ...
“Nada me interesa menos que yo mismo” dice Luis Mateo Díez en la entrega del Cervantes. Es la frase de un sabio que ya tiene encima lo más salvaje que puede tener un hombre: el tiempo. “Yo tengo 68 años, que es una edad escandalosa”, dijo Josep Pla. Es aquello que mi amigo Pechelingue, del que no sé nada desde hace 15 años, decía: “Esto yo no lo sé por experiencia, sino porque me ha pasado”. A Pla le había pasado la edad como un autobús. “Las consultas se me llenan de gente que no sabe estar consigo misma, que no se quiere, que no se respeta o directamente que no se conoce”, escucho en terapia. Pero el buen hombre no habla de mí. Ocurre que veo a un psicólogo que aprovecha la hora conmigo para contarme sus problemas, que son los de sus pacientes. “Sigue”, le digo, “pero recuerda no empatizar tanto; sus problemas no pueden ser los tuyos. Háblame de tu padre”. Envejecer es una obra de arte cuando uno comprende, como Luis Mateo Díez, que lo menos interesante que te pasa a ti eres tú. Aparece en la firma de Sant Jordi un hombre que me dice que lleva 40 años veraneando en la playa de Areas, y de repente me parece que hay pocas cosas tan íntimas que compartir playa tanto tiempo sin conocernos; quizá alguna tarde estuvimos solo los dos en las aguas heladas de los días de sol, al mediodía, él en una esquina y yo en otra. El Atlántico es la mejor manera de ser joven. La otra la tengo frente a mí mientras escribo estas líneas en la comida de Penguin en Barcelona; él no me escucha ni está leyendo esto, pero yo me acerco al oído de mi editora Carme Riera y le digo que daría lo que fuese por tener 65 años y estar como Manuel Rivas, ese momento del contador de historias en el que alguien es tan bueno e inteligente que incluso una belleza como la de Rivas pasa a un segundo plano. Qué victoria no ser interesante para uno mismo y serlo tanto para los demás.