Nuevos tiempos en Euskadi
La campaña de las elecciones autonómicas certifica la renovación generacional y el abandono del discurso soberanista radical
Euskadi afronta en dos semanas unas elecciones autonómicas en las que por vez primera se disputan la hegemonía dos partidos nacionalistas, PNV y EH-Bildu. También por primera vez acomete una renovación generacional de sus candidatos en una campaña en la que los debates identitarios van a quedar relegados en favor de los problemas cotidianos de la ciudadanía. La notoria caída de la reivindicación independentista —...
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Euskadi afronta en dos semanas unas elecciones autonómicas en las que por vez primera se disputan la hegemonía dos partidos nacionalistas, PNV y EH-Bildu. También por primera vez acomete una renovación generacional de sus candidatos en una campaña en la que los debates identitarios van a quedar relegados en favor de los problemas cotidianos de la ciudadanía. La notoria caída de la reivindicación independentista —la última encuesta de 40dB. para EL PAÍS le otorga un 13%— explica el paradójico fenómeno de que dos formaciones soberanistas se jueguen el poder con los discursos menos soberanista en la historia de sus comicios autonómicos.
La paradoja se estira aún más a la hora de abordar la gobernabilidad. Salvo grandes sorpresas, será un partido no nacionalista, el PSE-EE, la tercera fuerza política vasca, el que decidirá en el Parlamento de Vitoria quién será el próximo lehendakari. Aunque los pactos poselectorales suelen ser clave en toda campaña, esta vez no hay suspense. El PSE ha dicho reiteradamente que reproducirá la coalición con el PNV que gobierna desde 2016. Su argumentación es clara. Pese a la positiva evolución de EH-Bildu hacia la normalidad democrática —rechazo de la violencia, acercamiento a las víctimas del terrorismo, participación parlamentaria constructiva—, los socialistas no se plantean una coalición de Gobierno en Euskadi con los abertzales mientras su núcleo duro, Sortu, descendiente de Batasuna, no haga una clara autocrítica de su pasada complicidad política con ETA.
En esta larga etapa sin terrorismo —ETA dejó las armas en 2011 y se disolvió siete años después—, la irrupción de una nueva generación, menos ideologizada, y el desgaste de décadas en Ajuria Enea —desde 1980, con la excepción de la legislatura de Patxi López (2009-2012)— explican el serio cuestionamiento que sufre el PNV pese a gobernar una región con solo el 6,3% de desempleo. El deterioro de los servicios públicos —sobre todo, la anteriormente modélica sanidad vasca— está en la base de la actual debilidad peneuvista. El malestar social se ha extendido a la educación y a la propia policía autónoma en una comunidad que, además, afronta un serio problema de envejecimiento.
Euskadi tiene pendiente la renovación de su estatuto de autonomía. Sigue vigente el de 1979 porque el intento confederal planteado en 2006 por el lehendakari Juan José Ibarretxe fue rechazado en el Congreso de los Diputados. El debate se reabrirá en esta legislatura. Existe ya una comisión parlamentaria a tal efecto, pero primero la pandemia y luego el desacuerdo entre los partidos la han paralizado. Sería bueno que la renovación estatutaria priorizara los nuevos retos globales —en 1979 España ni había entrado en la UE— y no se limitase a una mera reivindicación identitaria. El cambio de ciclo que suponen estas elecciones demuestra que la sociedad vasca tiene otras prioridades.