Columna

Ayuso: cerveza, fruta, Maserati

Está mal que los políticos defiendan el delito. Sobre todo si sus claves yacen bajo la misma almohada

La presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso, durante un pleno en la Asamblea de Madrid.chema Moya (EFE)

La lideresa madrileña vende libertad a porciones de lema. La libertad consistía, para Isabel Díaz Ayuso, en que “nos podemos ir a una terraza a tomarnos una cerveza y vernos con los nuestros… a la madrileña” (17/4/2021). No la tuvieron los 9.470 habitantes de sus residencias geriátricas fallecidos en los primeros meses de la pandemia, más de 4.000 de los cuales podrían haberse salvado, calcula la Comisión Ciudadana por la Verdad.

La pandemia: ...

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La lideresa madrileña vende libertad a porciones de lema. La libertad consistía, para Isabel Díaz Ayuso, en que “nos podemos ir a una terraza a tomarnos una cerveza y vernos con los nuestros… a la madrileña” (17/4/2021). No la tuvieron los 9.470 habitantes de sus residencias geriátricas fallecidos en los primeros meses de la pandemia, más de 4.000 de los cuales podrían haberse salvado, calcula la Comisión Ciudadana por la Verdad.

La pandemia: cuando toda la familia hacía negocio con la salud público-privada regional, incluido el hermano y el novio, uno de moral psé, el otro mediante delito fiscal confeso. Al primero le, digamos, defendió, insultando a Pedro Sánchez el día de su investidura (15/11/2023). Espetó al presidente: “Hijo de puta”. Valiente, lo disfrazó como “me gusta la fruta”.

Del segundo ha dicho: “Mientras esté legal, mientras esté todo en A, soy libre de meterme en ese coche o de meterme en esa cama” (13/3/2024). El coche es un modesto Maserati, la cama está en un piso comprado con dinero B (negro). Y no, no estaba todo legal, ella se metía ahí cuando ya eran novios —contra lo que afirmó al inicio—, como reveló una revista del corazón. No conocemos a ciencia cierta, todavía, si lo sabía: ahora que seguro lo sabe, porque él ha reconocido por escrito sus delitos, no puede seguir en su defensa como un asunto privado y ajeno. Estaría mal que los políticos defendiesen el delito. Sobre todo si sus claves yacen bajo la misma almohada.

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Pero igual opta por seguir la senda de Alberto Núñez Feijóo, que sigue apalancado en el despacho de otro tronco juvenil de la baronesa, Pablo Casado, en la sede de la madrileña calle Génova que quiso expiar vendiéndola en el mercado. O que aún pende de aclarar los detalles sobre su intimidad marítima nunca explicada con Marcial Dorado, legendario contrabandista y narcotraficante.

¿Pensaban ambos en ello mientras se abstenían de acudir al acto antiterrorista en el 20º aniversario de los crímenes del 11-M? —ella escapó a un acto partidista—. Presidía el Rey. Afearon a la jefatura del Estado. Y a los familiares de los casi 200 asesinados, y a los 2.000 heridos en Atocha. Como el héroe de la efeméride, José María Aznar: ¿estaría jugando al golf?

Cerveza, fruta, Maserati, en clave sociológica: ¿ideario de una mesocracia capitalina? Y de su ascenso: botellín, botellón, deportivo para alternar.

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