Haití, un país en extinción
Un nuevo caudillo, el líder de una de las 200 pandillas criminales, desafía al Gobierno y quiere destituir al actual primer ministro
Imaginemos un paisaje de desolación y ruina, como el que Corman McCarthy describe La carretera, o vemos en esas películas distópicas del día después. Pero no se trata de un escenario sin nombre, sino de un país real, Haití, que ha vivido un desastre continuado a lo largo de décadas, dictaduras militares, huracanes, terremotos, líderes mesiánicos, gobiernos fallidos, conspiraciones, asesinatos políticos, cofradías de narcotraficantes, oligarquías sordas y mudas; y ...
Imaginemos un paisaje de desolación y ruina, como el que Corman McCarthy describe La carretera, o vemos en esas películas distópicas del día después. Pero no se trata de un escenario sin nombre, sino de un país real, Haití, que ha vivido un desastre continuado a lo largo de décadas, dictaduras militares, huracanes, terremotos, líderes mesiánicos, gobiernos fallidos, conspiraciones, asesinatos políticos, cofradías de narcotraficantes, oligarquías sordas y mudas; y hoy, 200 pandillas criminales que luchan por imponerse en los territorios, en guerra entre ellas, y contra el Estado.
Hay otros países de América Latina donde las bandas del crimen organizado, dueñas de verdaderos arsenales, controlan territorios que ponen bajo su soberanía, imponen candidatos en las elecciones, tienen en planilla a las autoridades civiles y a la policía, cobran impuestos a agricultores y comerciantes, asesinan periodistas, y erigen su propio sistema judicial en el que impera la pena de muerte. Pero aún no disputan el poder nacional, desde la capital.
En Haití, sí. Jimmy Chérizier, alias Barbecue, caudillo de la G-9 y Familia, una banda, o federación de nueve poderosas bandas, desafía al primer ministro de facto, Ariel Henry, que no puede regresar al país porque su Gobierno no controla el aeropuerto de Puerto Príncipe, mientras las instituciones se disuelven y el ejército y la policía son incapaces de imponerse frente al caos. El 80% del país se halla en manos de la delincuencia beligerante.
Barbecue es un antiguo policía de élite, que cuando estaba en activo ya se había visto envuelto en asesinatos. Debe su nombre de guerra, según él mismo, a que su madre vendía pollos asados por las calles de Puerto Príncipe; según otras versiones, a que suele quemar las casas con la gente que se asa adentro. Nada ajeno a la tradición del país. El dictador vitalicio Papa Doc Duvalier mandaba decapitar a sus enemigos y hacía que le llevaran sus cabezas al palacio presidencial para practicar ritos de vudú.
Barbecue habla como el jefe de un partido en armas, y sus reclamos son políticos.
“Hemos elegido tomar nuestro destino en nuestras propias manos. La batalla que estamos librando no sólo derrocará al Gobierno. Es una batalla que cambiará todo el sistema”, proclama. Y se ofende de que lo consideren un criminal. “Este sistema tiene mucho dinero y tiene el control de los medios. Ahora me hacen parecer como si fuera un gánster”.
El presidente Jovenel Moïse fue asesinado por sicarios colombianos en julio de 2021, víctima de los capos de una poderosa red de narcotraficantes. Pero según los investigadores de InSight Crime, Moïse financiaba una parte sustancial de las operaciones de Barbecue, quien completaba sus ingresos con el dinero proveniente de secuestros y extorsiones. Este apoyo habría cesado cuando Ariel Henry, el primer ministro, se quedó al mando.
La exigencia de Barbecue se concentra ahora en que Henry, varado en Puerto Rico, y que permanece en su cargo sin que haya habido nuevas elecciones, sea depuesto por la policía y el ejército: “que asuman su responsabilidad y arresten a Ariel Henry. Una vez más, repetimos, la población no es nuestro enemigo”, dice en la arenga transmitida desde su canal de YouTube.
Se comporta como un millenial que conoce las ventajas de la tecnología digital, y presenta videos de los cadáveres de quienes han sido ejecutados por órdenes suyas, por negarse a pagar los rescates.
Para apoyar su demanda de la destitución de Henry, llevó a cabo un asalto concertado a la Penitenciaría Nacional y a la cárcel Croix de Bouquets, que hizo vigilar previamente con drones, de donde liberó a 3.700 prisioneros, con un saldo de 12 muertos.
En el año 2009, recién pasados dos huracanes devastadores, y antes del terremoto que en enero del año siguiente destruyó Puerto Príncipe, estuve una semana en Haití para escribir un reportaje por encargo de EL PAÍS, dentro de la serie Testigos del horror.
Entonces me tocó entrevistar al jefe de la Misión de Estabilización de la ONU, Hédi Hannabi, en el Hotel Cristopher, donde tenía su cuartel general, y que se derrumbó con el terremoto, con el propio Hannabi entre las víctimas mortales.
“Esta no es la clásica misión de paz, porque no hay dos partes en conflicto; lo que tenemos es anarquía, la presencia de las pandillas, la ausencia de instituciones. Si nos fuera hoy de aquí, lo que vendrían sería el caos”.
Eso fue hace 15 años. El caos ha sobrevenido. Y quienes en la comunidad internacional vuelven la cabeza para mirar la catástrofe, lo hacen no sin fastidio. Kenia se comprometió a enviar una fuerza policial de mil soldados, que otros países deben financiar, desde luego Kenia está en la cola en los índices mundiales de desarrollo humano. Y en esas gestiones se hallaba Henry en Nairobi cuando se dio el asalto a las cárceles, y ya no ha podido volver.
Mientras tanto, el escenario distópico se afirma con sus colores sombríos. Y Barbecue, el nuevo caudillo, se prepara para reinar en un país en vías de extinción.