A veces la vida es hermosa

Al buscar información sobre el monje y sacerdote Llorenç Sagalés Cisquella me sentí abrumada porque la realidad no encajara en los estrechos cajones en los que me empeñaba en constreñirla

Pier Paolo Pasolini, durante el rodaje de 'La Ricotta', en marzo de 1963.Keystone Features (Getty Images)

El viernes pasado volví al que fue mi instituto, el Alpajés de Aranjuez, para charlar con algunos alumnos de bachillerato. En un momento de la conversación me preguntaron qué estaba leyendo y saqué del bolso Demasiada libertad sexual os convertirá en terroristas, una recopilación de textos de Pasolini.

Un puñado de ellos fruncieron el ceño al ver la portada y el título, así que intenté resumirles quién fue su autor. Glosé algunas de sus obras e inquietudes y les hablé de su asesinato, les conté...

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El viernes pasado volví al que fue mi instituto, el Alpajés de Aranjuez, para charlar con algunos alumnos de bachillerato. En un momento de la conversación me preguntaron qué estaba leyendo y saqué del bolso Demasiada libertad sexual os convertirá en terroristas, una recopilación de textos de Pasolini.

Un puñado de ellos fruncieron el ceño al ver la portada y el título, así que intenté resumirles quién fue su autor. Glosé algunas de sus obras e inquietudes y les hablé de su asesinato, les conté que era comunista y antiabortista, homosexual y autor de una de las películas más bellas que se han hecho sobre la vida de Jesucristo. Algunos de ellos abrieron los ojos como platos, y yo los miré entonces con una condescendencia estúpida: la de quien, desde la mesa del profesor y no del alumno, se piensa exento de prejuicios.

Esa misma tarde asistí a unas jornadas sobre la virtud de la justicia en el cristianismo que impartía el monje y sacerdote Llorenç Sagalés Cisquella. Entré al aula en la que se celebraban esperando una catequesis llena de moralinas y salí habiendo recibido una lección extremadamente erudita y bella de historia, teología y vida. Lo primero que me sorprendió al llegar fue que Llorenç no llevaba ni hábito ni cogulla, algo que seguramente sea evidente para otros, pero no para mí, que la última vez que me encontré con un monje debió ser a los seis años y en mi biblioteca infantil con Fray Perico y su borrico. La segunda cosa que me rompió los esquemas fue que lo mismo citaba a Aristóteles que a Santo Tomás, a Marx que a Kant, a su abuela Genoveva que a los feligreses de La Mina, donde había sido párroco.

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La presencia y las palabras de Llorenç me impactaron tanto que lo primero que hice al llegar a casa fue meter su nombre en Google. Descubrí entonces que había escrito sobre patrística y sobre Manuel Sacristán, que le interesaba la física y que antes de teología estudió economía. Y me sentí como los alumnos que habían abierto unos ojos como platos al oír hablar de Pasolini —al que por cierto también referenció Llorenç esa tarde—: abrumada porque la realidad no encajara en los estrechos cajones en los que me empeñaba en constreñirla.

Después busqué un libro que había mencionado y, leyendo la biografía de su autor, el abogado y diputado de la CEDA Javier Martín-Artajo, llegué a esta bonita anécdota: resulta que Martín-Artajo había sido uno de los nacionales salvados de la ejecución por el anarquista Melchor Rodríguez, El ángel rojo. En su lecho de muerte, el anarcosindicalista recibió la visita de Martín-Artajo que, aun a sabiendas de que era ateo, le insistió en que besara un crucifijo. “El día que tú te pongas una corbata con la bandera anarquista”, le respondió Melchor Rodríguez. A la mañana siguiente, Artajo apareció en el hospital de la Beneficencia con una corbata con los colores de la CNT, y Melchor Rodríguez besó la cruz que le traía uno de los hombres a los que salvó la vida. En su entierro, por lo visto, se cantó A las barricadas y se rezó un Padre Nuestro.

Y yo, que antes de dormir les tarareo a mis hijos Por allí viene Durruti y les rezo Jesusito de mi vida, me fui a la cama con la certeza de que a veces la vida es hermosa, como canta mi buen amigo Pablo Und Destruktion. También con la intuición de que hay que buscar con esfuerzo la verdad, lo cual implica a veces una lucha contra el mundo. Pero, sobre todo, hay que dejarse encontrar por ella. Y ahí el combate es con uno mismo.

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