¿Qué le pasa al PSOE?

Sin duda tiene argumentos para evitar que se extrapole el resultado de las elecciones de Galicia. Otra cosa es que el partido haga como que esto no importa, o importa poco, o importa de aquella manera

El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, junto al candidato a la Xunta de Galicia, José Ramón Gómez Besteiro, en el pabellón polideportivo de Fontiñas en Santiago de Compostela, el pasado 16 de febrero.ÓSCAR CORRAL

El PSOE estaba dispuesto a hacer una lectura nacional de lo que sucediera en Galicia si en Galicia el PP perdía la mayoría absoluta, y el PP precipitó las elecciones por esa misma razón: para que pudiera darse una interpretación nacional si ocurría lo que ocurrió. Estaba tan claro que lo mínimo que podían hacer era negarlo, como hace ahora el PSOE para evitar que se extrapole el resultado. Sin duda tiene argumentos, porque no se vota en unas autonómicas igual que se vota en unas generales y porque Galicia no es señal de lo que opinen todos los españoles: es señal de lo que opinan los gallegos....

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El PSOE estaba dispuesto a hacer una lectura nacional de lo que sucediera en Galicia si en Galicia el PP perdía la mayoría absoluta, y el PP precipitó las elecciones por esa misma razón: para que pudiera darse una interpretación nacional si ocurría lo que ocurrió. Estaba tan claro que lo mínimo que podían hacer era negarlo, como hace ahora el PSOE para evitar que se extrapole el resultado. Sin duda tiene argumentos, porque no se vota en unas autonómicas igual que se vota en unas generales y porque Galicia no es señal de lo que opinen todos los españoles: es señal de lo que opinan los gallegos. Otra cosa es que el PSOE haga como que esto no importa, o importa poco, o importa de aquella manera, dando por hecho que los votos que se fueron al BNG los podrá recuperar como si fuera tan sencillo. Como si fueran suyos. Como si fuera relativo pretender la hegemonía de una autonomía en un Estado autonómico.

El PSOE sufrió un duro revés territorial y no fue en Galicia, o no sólo. Fue antes, en mayo, cuando varios de sus presidentes autonómicos apecharon el desgaste del Gobierno. Pedro Sánchez lo asumió y adelantó las elecciones al verano en un giro arriesgado que le mantuvo en el poder aunque tuviera que dar la amnistía que había negado. Pero Sánchez sabe ―lo sabe porque en eso basó su estrategia: en el muro y en el bloque― que no es tanto el apoyo que él suscite entre los votantes, sino el rechazo que genera la alternativa. En eso se apoya aún, en el temor a que la alianza que ya forman PP y Vox en varios territorios llegue al gobierno del país. Por esa misma alianza, el PP puede presumir poco del hecho inédito de haber frenado a la ultraderecha en Galicia, porque se ha aliado con ella donde ha hecho falta. En realidad, lo que más critica el PP del PSOE es lo que más le desea: la capacidad de poder llegar a acuerdos con otros que no sean Santiago Abascal. Con otros a los que un día, quién sabe, hasta se plantearía indultar.

Pero una cosa son las condiciones de la supervivencia en el Gobierno ―”la única verdad es la realidad”, dijo una vez Sánchez― y otra cosa es lo que le pasa a un partido que ha perdido 50.000 votos en Galicia y que se ha quedado con nueve diputados de 75; un partido que gobierna España junto a una formación que en Galicia ha obtenido menos votos que Vox. Lo que pasa lo ha descrito el propio Sánchez cuando ha ido a dar la solución, porque si admite que faltan liderazgos es que no los tiene, o que no los ha dejado crecer. Lo que pasa es que se fueron diluyendo los liderazgos que tenían la capacidad de alzar la voz en la Ejecutiva o en el Comité Federal sin que se tomaran los disensos por deslealtades ni traiciones.

El último ejemplo fue el relevo en Valencia, donde Ferraz propició un acuerdo que evitara las primarias entre los aspirantes a la sucesión de Ximo Puig, porque las primarias están bien, pero tampoco tanto. Si Sánchez hubiera aceptado en su día un trato así, difícilmente sería ahora secretario general y presidente del Gobierno. Pero Sánchez ofreció un trato así, y acompasó el discurso territorial de los socialistas a las exigencias de los nacionalistas. Al cabo, la única verdad es la realidad. Nadie se acuerda, porque nadie la cita, pero el PSOE tiene su modelo territorial definido desde que aprobó un documento al que llamaron Declaración de Granada. En vez de eso, se habla a cada rato de Carles Puigdemont con un foco que las urnas no le dieron.

El papel que han permitido a Junts ―por el que hoy se extiende 15 días el plazo para negociar una amnistía que en teoría ya estaba acordada y firmada― supone sobrerrepresentar a un partido que en las últimas generales no quedó ni primero ni segundo ni tercero ni cuarto en Cataluña: quedó el quinto, casi un millón de votos por debajo del PSC, que ganó. Se habla mucho de Puigdemont y muy poco de Salvador Illa, por lo que sea. Y será verdad que no se puede extrapolar a todo el país lo que se votó el domingo, pero resulta extraño pensar que el partido en el Gobierno acabe de cosechar su peor derrota en Galicia y su lectura fundamental sea que, por lo menos, esos votos se han quedado en su bloque. Se quedaron en el Bloque, que es distinto y no tiene nada que ver.

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