Rafa Nadal: tus lecciones, mejor de tenis

El tenista está a favor de la igualdad... pero hay que ganársela. Ser embajador de un régimen sátrapa puede acarrear el fin de un mito

Rafael Nadal, durante su entrevista en 'El Objetivo' de Ana Pastor.La Sexta

Enamorarse suele incluir adjudicar al ser amado cualidades que en realidad no tiene. En ocasiones nos llegan señales de sus defectos, no somos idiotas del todo. Pero en general ignoramos esas advertencias cuando el brillo de su mirada, sus atenciones y el calor de su entrega nos nublan la vista. Algo parecido ocurre con las estrellas del deporte, a las que convertimos en los yernos más deseables por meter goles o lanzar pelotas. La necesidad de construir mitos es una debilidad humana que pasa por encima de la noción más racional que deberíamos tener en cuenta: el deporte es el deporte; la cali...

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Enamorarse suele incluir adjudicar al ser amado cualidades que en realidad no tiene. En ocasiones nos llegan señales de sus defectos, no somos idiotas del todo. Pero en general ignoramos esas advertencias cuando el brillo de su mirada, sus atenciones y el calor de su entrega nos nublan la vista. Algo parecido ocurre con las estrellas del deporte, a las que convertimos en los yernos más deseables por meter goles o lanzar pelotas. La necesidad de construir mitos es una debilidad humana que pasa por encima de la noción más racional que deberíamos tener en cuenta: el deporte es el deporte; la calidad humana, otra cosa.

Hay ejemplos de sobra para las fases de amor y desamor que sufrimos con grandes estrellas y hoy le ha tocado a Nadal, el supuesto hombre perfecto que hoy se vende a un régimen dictatorial que mata, censura, discrimina y entierra a las mujeres bajo un trapo negro del que más les vale no asomar la cabeza.

Una mujer saudí fue condenada hace solo un año a 45 años de cárcel por decir sus opiniones en Twitter. Obtuvo mejor suerte otra que solo estará 34 años en prisión. El régimen también asesinó al periodista Jamal Khashoggi en su consulado en Turquía y después lo hizo desaparecer tras cuartearlo y quemarlo in situ. El humo se vio a distancia. Que nos llevemos bien con el régimen porque necesitamos su petróleo es una verdad bastante vergonzante. Que un icono de nuestro tiempo como es Rafa Nadal lo represente, una mancha.

El nuevo embajador del tenis de Arabia Saudí engordará su chequera, cierto, pero ya no podrá dar lecciones. Y, sin embargo, las da. Nadal declaró esta semana en La Sexta que está a favor de la igualdad, como no podía ser de otra manera, pero… no regalada. ¿A qué precio entonces nos hacemos merecedoras de ella? ¿A cuánto debería salirnos el kilo de igualdad en el mercado que habitamos? En el país que va a representar, las mujeres no podrían ni aspirar a ganársela. Menos aún a disfrutarla.

En los últimos años, el régimen saudí ha dado algunos pasos cosméticos que deben haber confundido al tenista, como permitir a las mujeres conducir e incluso ir a los estadios de fútbol. Una revolución. Gracias. Pero esos chispazos de supuesta libertad no cambian la naturaleza del régimen. Alguien debería decir a Rafa que, si quiere dar lecciones, mejor que sean de tenis. Porque el desamor ha comenzado y, como sabemos, puede acabar fatal. ¿Es el fin de un mito?

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