Sorpresa con Lula: su Gobierno presenta un repunte de la corrupción, mayor que con Bolsonaro

El presidente brasileño ha tropezado con el hecho de que las instituciones del Estado estaban dominadas por la corrupción y con las que tuvo que pactar para gobernar

Lula da Silva, presidente de Brasil, durante una rueda de prensa este jueves en Brasilia.ADRIANO MACHADO (REUTERS)

El Gobierno de Lula, que llegó para reparar el desastre de Jair Bolsonaro, no se resigna con el resultado recién publicado de los índices de corrupción registrados por la ONG de Transparencia Internacional, la más antigua y global en la historia de la corrupción mundial. El partido de Lula, el PT, ha reaccionado con dureza e indignación.

Según dicha ONG, Brasil ha perdido 10 posiciones en los índices mundiales, pasando a la posición de 104 entre 180 países. Aparece como uno de...

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El Gobierno de Lula, que llegó para reparar el desastre de Jair Bolsonaro, no se resigna con el resultado recién publicado de los índices de corrupción registrados por la ONG de Transparencia Internacional, la más antigua y global en la historia de la corrupción mundial. El partido de Lula, el PT, ha reaccionado con dureza e indignación.

Según dicha ONG, Brasil ha perdido 10 posiciones en los índices mundiales, pasando a la posición de 104 entre 180 países. Aparece como uno de los países más corruptos de América Latina y perdió 30 posiciones con relación al último año de Gobierno de Bolsonaro. Hoy Brasil figura en índices de corrupción al nivel de países como Argelia, Serbia y Ucrania.

La BBC Brasil ha destacado siete motivos para explicar dicho descalabro en los índices de corrupción del Gobierno como “la falta de compromiso en reconstruir los sistemas y mecanismos de control de la corrupción en su primer año de Gobierno”, entre ellos, destaca, la injerencia en la autonomía de las instituciones, nombrando por ejemplo para el Supremo Tribunal a su abogado y amigo personal, Cristiano Zanin, y el no haber respetado la norma de la lista presentada por los fiscales para el nombramiento del importante cargo de fiscal general del Estado, nombrando a un católico conservador, amigo suyo.

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En su editorial del jueves pasado, el diario O Globo, alertó de que el aumento de los índices de corrupción de Brasil son un riesgo, ya que “aleja a los empresarios a invertir en el país”. Lula ha preferido mantener silencio ante el aumento de los índices de corrupción y ha dejado su defensa a la presidenta de su partido, el PT, su fiel escudera, Gleisi Hoffmann, que ha llegado a acusar, justamente de corrupción, a la ONG de Transparencia Internacional. “Expliquen antes (refiriéndose a los miembros de la ONG internacional) quiénes les financian, abran sus cuentas, expliquen sus negocios”, escribió en X y añadió que se trata de un sistema de medida de la corrupción mundial “donde la injusticia de la ley se aplica de acuerdo con los intereses del Gobierno y de las élites”.

Quizá la mayor dificultad para Lula la haya encontrado justamente en el tema de lucha contra la corrupción. Al contrario de sus dos gobiernos pasados, Lula ha tenido que tropezar con el hecho de que las instituciones del Estado, como el Congreso, el Poder Judicial o los gobiernos locales, estaban dominadas por la corrupción y con las que tuvo que pactar, ofreciéndoles ministerios y cargos en el Estado, para poder gobernar y aprobar algunas de sus medidas más importantes.

Existe el peligro de que también este año de elecciones municipales Lula tenga que cerrar los ojos al apoyar candidatos ligados a Bolsonaro o a negociar con ellos para poder elegir sus candidatos y no repetir las últimas elecciones de 2020 en las que su partido fracasó abiertamente no consiguiendo conquistar un solo gobierno local importante.

Justamente la dificultad de Lula es el haberse encontrado, sea a nivel nacional o local, con el poder en manos de políticos de la extrema derecha, con quienes necesita más que combatirles frontalmente, negociar para ir recuperando terreno para poder llevar a cabo las reformas de fondo que desea imponer, justamente para disminuir esos índices de corrupción que avergüenzan a un país.

El Gobierno de Lula, como reconoce al mismo tiempo la ONG de Transparencia Internacional, ha hecho esfuerzos en el primer año para renovar las instituciones y las libertades civiles, así como para reforzar los mecanismos de ayuda a las clases más necesitadas y reforzar las políticas sociales, algo que ha sido reconocido internacionalmente.

De ahí la necesidad que en este año Lula sepa mantener un equilibrio, para resarcirse del descalabro de dichas elecciones de 2020. Lula va a necesitar un fuerte equilibrio para poder recuperar el poder local perdido sin hacer excesivas concesiones a la extrema derecha que mantiene, justamente en ese poder local, su fuerza reaccionaria.

¿Pedirle mucho? Quizá, pero si sueña con un cuarto mandato en 2026, cuando cumpla 82 años, necesitarán él y su partido en estos sus tres años de Gobierno más que realizar un duelo ideológico con su antecesor Bolsonaro presentar acciones concretas de renovación social profunda que devuelva incluso a la derecha no fascista la esperanza de un Brasil renacido de la pesadilla bolsonarista, la cual a pesar de todo, sigue viva y con aspiraciones de volver al poder.

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