Tribuna

El terremoto semanal de Podemos

La cadena de dimisiones en la formación morada muestra que generar conflicto es una buena táctica para ganar relevancia y cohesionar a los tuyos, hasta que te estalla dentro

El grupo original de cinco diputados de Podemos en el Congreso, con Ione Belarra e Irene Montero en el medio, el pasado agosto.Rodrigo Jimenez (EFE)

Cuando Yolanda Díaz estaba en pleno despegue como candidata, año 2022, Podemos advirtió que muchos de sus cuadros podrían abandonarles con la leve excusa de ir a por sal al piso de al lado. Para evitar una fuga en masa decidieron convertirse en una fábrica de conflicto y crear un látigo comunicativo para mantener prietas las filas. Y tuvieron éxito: casi nadie osó, públicamente, moverse del sitio. Dejarse arrastrar por la inercia de la guerra es condici...

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Cuando Yolanda Díaz estaba en pleno despegue como candidata, año 2022, Podemos advirtió que muchos de sus cuadros podrían abandonarles con la leve excusa de ir a por sal al piso de al lado. Para evitar una fuga en masa decidieron convertirse en una fábrica de conflicto y crear un látigo comunicativo para mantener prietas las filas. Y tuvieron éxito: casi nadie osó, públicamente, moverse del sitio. Dejarse arrastrar por la inercia de la guerra es condición necesaria para ganarla; saber parar a tiempo, la clave para no convertirte en el coronel Kurtz de Francis Ford Coppola, incapaz de distinguir amigos de enemigos de tanto vivir en el apocalipsis.

Generar conflicto es una buena táctica para ganar relevancia y cohesionar a los tuyos hasta que te estalla dentro. Cuando tras un reguero de dimisiones estos últimos meses se te juntan los abandonos de Juan Carlos Monedero y Lilith Verstrynge, diferentes razones, mismo resultado, es que algo está fuera de control. Podemos queda como un experimento para comprobar si los fieles de las redes sociales, vistiendo guayaberas blancas en un campamento de la Guyana, valen un escaño en el Parlamento Europeo para Irene Montero.

Mientras, Íñigo Errejón, que hace cinco años protagonizó el primer gran cisma entre los morados, que hace nada parecía desahuciado tras perder el liderazgo sobre su propio partido al imponerse el poder madrileño de Mónica García sobre su exigua posición en las Cortes, consigue alzarse como hombre fuerte dentro de Sumar. La derrota acompañada de paciencia e inteligencia puede volverse una victoria. Quien siempre minusvaloró el trabajo como vector de movilización será ahora portavoz en el partido de la ministra de Trabajo.

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Xi Jinping tiene dos homólogos en España. El primero es Felipe VI, como jefe de Estado. El segundo, Enrique Santiago, como jefe del Partido Comunista. El aforismo, que circula por las filas de izquierda cuando se pregunta por el líder del PCE, funciona, más que como un análisis serio, como una manera simpática de describir que la experiencia y las tradiciones siguen siendo un grado. La portavocía suplente que Santiago ha conseguido en Sumar acarrea contar con firma propia para presentar iniciativas. Conseguir parcelas de decisión a la inversa de la opción que eligió Podemos: muchas nueces, poco ruido.

Los equilibrios de poder dentro de Sumar no serán sólo nominales, sino también ideológicos, entre aquellos que entienden que la acción política va enfocada a que el individuo pueda emprender en un contexto desigual y los que entienden que esa desigualdad procede de las estructuras económicas. No es un laberinto teórico, es lo que diferencia repartir cheques a repartir los papeles en el proceso productivo, es lo que diferencia las batallas culturales de subir el SMI. No son decisiones excluyentes, pero hasta ahora lo han sido, más por una necesidad de asentar las posiciones propias que por una incompatibilidad fáctica. Sería milagroso que en el congreso fundacional de Sumar se despejara esta ecuación, pero al menos no estaría de más admitir estas especificidades para que no se acaben convirtiendo en diferencias.

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