Lo turbio
No por causalidad, coincide la presentación de varias obras en las que por primera vez se reexaminan historias entre adolescentes y adultos desde el punto de vista de los menores cuando ya no lo son
En el libro El consentimiento, Vanessa Springora cuenta una anécdota que resulta muy significativa. En la historia de su adolescencia, marcada por su relación a los catorce años con el escritor Gabriel Matzneff, de cincuenta, hubo un momento crucial. Cuando llevaban saliendo unos meses, Springora cayó enferma, presa de unos dolores terribles, y costó encontrar la causa de su afección. Finalmente se le diagnosticó un reumatismo articular agudo, que la tuvo postrada durante unas semanas ...
En el libro El consentimiento, Vanessa Springora cuenta una anécdota que resulta muy significativa. En la historia de su adolescencia, marcada por su relación a los catorce años con el escritor Gabriel Matzneff, de cincuenta, hubo un momento crucial. Cuando llevaban saliendo unos meses, Springora cayó enferma, presa de unos dolores terribles, y costó encontrar la causa de su afección. Finalmente se le diagnosticó un reumatismo articular agudo, que la tuvo postrada durante unas semanas en cama. Como estaba pasando por una etapa rebelde y no hacía caso a su madre en nada, se llamó a un psicoanalista amigo de la familia para que charlara con ella, e intentara así establecer un diálogo que ayudara a su recuperación. Springora narra su enfrentamiento con el terapeuta, que, con paciencia, escuchó sus temores y finalmente le dijo una sola frase: la enfermedad que tienes no es propia de tu edad. Esta revelación no pasa desapercibida en el texto, y marcó a Springora durante años. “No es propio de tu edad”, sin ser un diagnóstico clínico, no deja de convertirse en una acertada lectura de sus síntomas. Y lo importante: pone el foco en la persona que los sufre.
En breve se estrenará la versión cinematográfica de El consentimiento, con Laetitia Casta. Recordemos que el libro es una obra de no ficción que a ratos puede leerse como un quirúrgico estudio de la problemática relación entre el autor y su obra. Springora nos pregunta: ¿por qué, a vista de todos, Matzneff pudo hacer gala de su pedofilia con niños de hasta diez años sin que nadie tomara cartas en el asunto? Y más allá: ¿qué hacemos con su trabajo? Springora propone una lectura inteligente: si toda obra es producto de su tiempo, las niñas-musas que quedaron atrapadas en sus textos con catorce o quince años tienen derecho a réplica, y es en esa respuesta artística, como su libro, que pueden ser libres.
En los últimos tiempos estamos asistiendo a un debate social e intelectual sobre el consentimiento sexual, sus límites y problemáticas. En este mismo periódico se han elaborado varias reflexiones al respecto. ¿Qué es consentir? ¿Es suficiente un sí explícito? ¿Cuales son las consecuencias de la legislación, si es que existe, sobre el acto sexual? ¿Cómo apoyar la sexualidad libre y el derecho a las fantasías de todo tipo sin que afecte eso a las víctimas de violencia sexual? Todas estas son preguntas lícitas e importantes que se hacen desde el feminismo contemporáneo.
Pero este no es un texto sobre legislación, sino sobre imaginación. Mientras se elaboran todas estas preguntas, en paralelo se están tejiendo ficciones que si no dan respuestas concretas, al menos proponen mundos posibles. En este año se estrenará, además de la película sobre el libro de Springora, Secretos de un escándalo, de Todd Haynes, con Julianne Moore y Natalie Portman, y Priscilla, de Sofia Coppola. Ambas recuperan casos reales y los llevan a la ficción. La primera está libremente basada en el caso de Mary Kay Letourneau y Vili Fualaau. La pareja se conoció cuando ella era su profesora. Letourneau quedó embarazada de Fualaau cuando él solo tenía 13 años, por lo que ella pasó años en la cárcel por agresión sexual. Cuando él cumplió la mayoría de edad se casaron. La película nos sitúa años después del escándalo. La segunda es una biografía autorizada de Priscilla Presley, desde que conoce a Elvis, el rey del rock, con catorce años, hasta la ruptura de su matrimonio, cuando ella tenía veintiocho. Todas estas propuestas no son una casualidad, sino el síntoma de una época. Por primera vez se reexaminan estas historias ya no desde la historia oficial contada por los medios en su momento, sino desde los puntos de vista de los menores cuando ya no lo son. Insisto, esto no es una casualidad, sino fruto del momento que estamos viviendo. Todas las películas son distintas entre sí, pero todas coinciden en lo mismo, y es que desde la ficción no hay un juicio, ni siquiera un alegato, sino un interesante planteamiento: todo es turbio.
Una escena muy concreta de Secretos de un escándalo nos muestra el choque narrativo de dos épocas que entran en conflicto. Cuando el marido de Julianne Moore quiere volver a hablar de todo lo que vivieron, en definitiva, aclarar algo de esa turbiedad narrativa de su historia oficial, que ella presentó como la gran historia de amor jamás contada, ella insiste: “tú me sedujiste. Fuiste tú.” Una y otra vez. Y aquí, desde la ficción, entra la subjetividad de nuestra época: ya no cuela. Algo ha cambiado. Ya no cuela la narración oficial de Elvis, la de Matzneff o la de Letourneau. Es entonces cuando se rompe el debate sobre el consentimiento y entra la verdad, la que sea. O, como dice Springora en una entrevista. “Aunque dijera que sí, aunque consintiera en su momento, eso no puede reducirme al silencio”.