La máquina contra el organoide

La guerra entre los cerebros de carne y los de silicio lleva abierta desde tiempos de Kaspárov y ‘Deep Blue’ y no ha hecho más que intensificarse en los últimos años

Momento en el que Willis Gibson descubre que ha tumbado al Tetris.YouTube

Gari Kaspárov tenía 33 años cuando se enfrentó a Deep Blue, el supercomputador ajedrecista de IBM. Willis Gibson tiene 13 años y se acaba de medir contra el Tetris. La diferencia es que Kaspárov perdió y Gibson ha ganado, pero dejando aparte esos pequeños detalles, preguntémonos qué nos está diciendo esto. ¿Que el Tetris es más fácil que e...

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Gari Kaspárov tenía 33 años cuando se enfrentó a Deep Blue, el supercomputador ajedrecista de IBM. Willis Gibson tiene 13 años y se acaba de medir contra el Tetris. La diferencia es que Kaspárov perdió y Gibson ha ganado, pero dejando aparte esos pequeños detalles, preguntémonos qué nos está diciendo esto. ¿Que el Tetris es más fácil que el ajedrez? ¿Que la especie humana está evolucionando más deprisa que las máquinas? ¿Que los juegos están desviando nuestra atención de las verdaderas cuestiones que constituyen la inteligencia? Vaya preguntas.

Para empezar, el Tetris no es más fácil que el ajedrez, sino todo lo contrario. El ajedrez es un juego cerrado, donde el caballo se mueve en L, el alfil en diagonal y el enroque de torre se hace de esta forma y no de otra. A cada movimiento tuyo, el oponente solo puede responder de un número limitado de maneras. Es un juego cerrado y relativamente fácil de computar. El Tetris, sin embargo, es un horror matemático. Pertenece a un grupo de problemas especialmente correosos (problemas NP en la jerga), donde cada respuesta tentativa es fácil de confirmar o descartar, pero no hay una forma sistemática de resolverlo en un tiempo razonable. Una buena metáfora es un puzle, que lleva un montón de tiempo resolver, pero solo un segundo confirmar.

En nuestros días resulta de buen tono decir que la inteligencia artificial no está aquí para sustituirnos, sino para ayudarnos, pero lo cierto es que la guerra entre los cerebros de carne y los de silicio lleva abierta desde tiempos de Kaspárov y Deep Blue y no ha hecho más que intensificarse en los últimos años. Los científicos de Deep Mind, una firma londinense adquirida por Google hace años, han creado sistemas que vencen a los humanos al ajedrez, al juego chino del Go y, más difícil aún, al póker, donde las cartas que tengas en la mano cuentan menos que las que el contrario crea que llevas. La inteligencia artificial ha creado por el camino unas estrategias de alto nivel que ni se les habían ocurrido a los grandes maestros durante siglos. ChatGPT solo es el más famoso de una generación entera de sistemas que están poniendo el conocimiento patas abajo.

Hay otra forma en que las máquinas y los humanos estamos echando carreras, y esta viene de la neurociencia: los organoides, cuerpos similares a órganos humanos obtenidos a partir de células madre o precursoras. El último es un cerebroide, o minicerebroide (mide lo que un grano de arroz) creado a partir de células fetales. Son lo bastante complejos y parecidos al cerebro como para estudiar en ellos las enfermedades neurológicas. Pero sabemos que las neuronas humanas se conectan espontáneamente para formar circuitos, y los circuitos pueden hacer computaciones. Hay investigaciones interesantes sobre híbridos de tejido neuronal y circuitos digitales que pueden hacer algunos cálculos. Los autores de ciencia ficción se van a poner las botas.

Tampoco es cierto que los humanos estemos evolucionando más deprisa que las máquinas. El chaval Gibson es el primer humano que gana al Tetris, pero los sistemas de IA ya se le habían adelantado. Como no va a haber moratoria en la IA, quizá haya que acelerar la neurología.

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