Clones
Mientras me afeitaba, al poco de despertar, me asaltó la idea de que yo no era yo, sino una simulación de mí mismo producida por alguna inteligencia artificial con fines que no se me alcanzaban
Mientras me afeitaba, al poco de despertar, me asaltó la idea de que yo no era yo, sino una simulación de mí mismo producida por alguna inteligencia artificial con fines que no se me alcanzaban. Algo había fallado, sin embargo, en el proceso de copia, pues de otro modo no tendría conciencia de ser una réplica casi exacta de mí. Digo “casi exacta” porque mi saliva sabía raro, a cobre, y porque la ceja izquierda había quedado más alta que la derecha. Además, había amanecido con las uñas perfectamente cortadas y li...
Mientras me afeitaba, al poco de despertar, me asaltó la idea de que yo no era yo, sino una simulación de mí mismo producida por alguna inteligencia artificial con fines que no se me alcanzaban. Algo había fallado, sin embargo, en el proceso de copia, pues de otro modo no tendría conciencia de ser una réplica casi exacta de mí. Digo “casi exacta” porque mi saliva sabía raro, a cobre, y porque la ceja izquierda había quedado más alta que la derecha. Además, había amanecido con las uñas perfectamente cortadas y limadas, pese a que me las muerdo.
Mi familia no notó el cambio. Tal vez también ellos eran versiones inconscientes de mi familia verdadera. Es posible, me dije, que la IA se vea obligada a replicar grupos humanos preexistentes porque carezca aún de la capacidad de generarlos ex novo. Tales copias constituirían, pues, las primeras pruebas de un plan que se hallaba en sus comienzos. Salí a la calle y comprobé que el barrio estaba asimismo muy bien clonado. Detecté pequeñas faltas aquí y allá que sólo podían ser advertidas por copias defectuosas como la mía. Las tapas de algunas alcantarillas, por ejemplo, habían salido con el logo del ayuntamiento al revés, en espejo, como si fueran su negativo. ¿Quién iba a reparar en eso?
Me detuve a charlar con un vecino muy bien imitado, excepto por la comisura derecha de los labios, que tendía a curvarse hacia abajo, como si hubiera sufrido un ictus. En algún lugar del barrio, pensé, debería hallarse, oculta, la puerta por la que se podría acceder al barrio original, donde había decidido encontrarme conmigo mismo para denunciar el caso. Di con ella en los servicios del bar donde tomo el primer café de la mañana. Pero en el momento mismo de empujarla desperté de nuevo y me di cuenta enseguida de que mi dormitorio, aunque muy bien falsificado, no era el mío.