Los que gritan maricón

El recurso a los insultos homófobos sigue ocurriendo y no en una calle concreta, sea Ferraz o fuese Génova, sino en muchas otras y no tan a la vista

Manifestantes con pancartas y banderas de España concentrados el viernes cerca de la sede del PSOE en la madrileña calle de Ferraz.Javier Lizón (EFE)

Si nunca ha dejado de pasar, me llamó la atención que me hubiera llamado la atención. Quizá sea porque algunos resortes de nuestras cabezas nos hacen mirar el presente desde perspectivas distintas, adelantadas o quién sabe si idealizadas, porque uno ya no sabe con certeza si el progreso va hacia delante, hacia atrás o hacia los lados. Me llamaron la atención, en fin, algunos de los gritos que se corearon frente a la sede socialista de Ferraz en las protestas contra la amnistía, cuando tantos entre...

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Si nunca ha dejado de pasar, me llamó la atención que me hubiera llamado la atención. Quizá sea porque algunos resortes de nuestras cabezas nos hacen mirar el presente desde perspectivas distintas, adelantadas o quién sabe si idealizadas, porque uno ya no sabe con certeza si el progreso va hacia delante, hacia atrás o hacia los lados. Me llamaron la atención, en fin, algunos de los gritos que se corearon frente a la sede socialista de Ferraz en las protestas contra la amnistía, cuando tantos entre los más radicales gritaron tantas veces la palabra maricón. No eran todos. No eran pocos.

Los que lo gritaron lo hicieron, claro, porque les parece un insulto, y le pusieron lo que se les pone a los insultos para que surtan su efecto: la rabia, no tanto para descargarla sobre su destinatario ―que por supuesto―, sino para soltar un poco del odio propio acumulado. Gritan maricón y se sienten mejores, supongo que más hombres. Maricón, maricón, se oía como se oye en muchos otros sitios. Era 2023. En principio, para ellos también.

Podrá decirse que son la minoría y son cada vez menos. Podrá decirse, pero no es seguro que eso sea un argumento. Maricón sigue siendo un insulto para quienes aún lo cantan a gritos en la calle o en un estadio escondidos entre la multitud, que creerse muy hombre no tiene nada que ver con el valor. Al revés: tiene más que ver con la falta de valor. Lo valiente de verdad es imponerse al odio y no dejarse arrastrar.

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Maricón o marica o cualquiera de sus variantes todavía se usan como un insulto para quienes toman los derechos por privilegios, la normalidad por ofensa y la educación por adoctrinamiento; quienes se preguntan qué más quieren y adónde vamos a llegar; quienes lo sueltan en clase o en el trabajo con la idea de señalar y de hacer daño, quizá hasta para sentirse integrados en el grupo mayoritario. Sigue ocurriendo y no en una calle concreta, sea Ferraz o fuera Génova, sino en muchas más y no tan a la vista. Ocurre, por mucho que se haya avanzado, y dejar que pase como esas cosas que pasan contribuye a que suceda por más generaciones.

Se gritan muchas cosas ―habrá que hablar un día de la fijación con el hijo de puta―, aunque no deja de ser un reflejo que el término maricón les suene igual a como sonaba en los setenta. Contra eso se revolvió el periodista de laSexta Javier Bastida cuando, en pleno directo, respondió a la manifestante que pretendía increparle al llamarle maricón. Bastida tuvo el temple y la inteligencia de llegar adonde la ceguera no deja: al diccionario, donde se demuestra, acepción por acepción, que una palabra define, sobre todo, a la persona que la escoge. Eso si la escoge.

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