Soy de la Cuesta

Uno agradece la existencia de la sencillez en la forma de una calle en pendiente, con una fila de casetas repletas de libros y unas mesas cubiertas de lo mismo a la sombra de los árboles

Venta de libros en la Cuesta de Moyano, en Madrid.Kike Para

Uno ha conocido lugares emblemáticos y únicos en el mundo, que atraen muchedumbres de turistas y son reconocibles hasta para quienes nunca los visitaron. Y también hay lugares más recogidos y desde luego más entrañables, a los que uno vuelve tan pronto como se presenta la ocasión con la expectativa de los minutos gratos que va a pasar en ellos. Justamente eso me ocurre a mí en la Cuesta de Moyano, de visita inexcusable, si no llueve, cada vez que las vicisitudes de la vida me llevan a Madrid, cosa que sucede menos de lo que quisiera. En estos días de misiles y edificios derribados y cuerpos in...

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Uno ha conocido lugares emblemáticos y únicos en el mundo, que atraen muchedumbres de turistas y son reconocibles hasta para quienes nunca los visitaron. Y también hay lugares más recogidos y desde luego más entrañables, a los que uno vuelve tan pronto como se presenta la ocasión con la expectativa de los minutos gratos que va a pasar en ellos. Justamente eso me ocurre a mí en la Cuesta de Moyano, de visita inexcusable, si no llueve, cada vez que las vicisitudes de la vida me llevan a Madrid, cosa que sucede menos de lo que quisiera. En estos días de misiles y edificios derribados y cuerpos inertes metidos en bolsas de plástico, uno agradece la existencia de la sencillez en la forma de una calle en pendiente, con una fila de casetas repletas de libros y unas mesas cubiertas de lo mismo a la sombra de los árboles. Uno agradece que no todo sea ruido, polvareda y muerte; que haya espacios para la serenidad y la cultura.

La repetición de la visita a lo largo de los años ha ido afianzando en mí una especie de rito. Lo tengo hablado con amigos de la letra impresa, que, como residen en Madrid, van con regularidad a la Cuesta y más o menos saben lo que buscan. A mí me complace empezar abajo la lenta marcha, dedicar la subida al deleitable ejercicio de la sorpresa y el retorno, a la compra del título inesperado, del ejemplar de la vieja colección de Austral o de aquel libro prestado hace mucho tiempo y nunca devuelto. Existe una asociación a la que me honro de pertenecer en calidad de socio de honor. Se hace llamar Soy de la Cuesta. Vela por el mantenimiento y mejora del lugar, ayuda en lo que puede, fomenta, organiza actos; en fin, lleva a cabo, en estos tiempos de certezas estruendosas, una actividad meritoria en pro de algo positivo, de algo que contribuye al cultivo de la persona, une a la gente y le procura alimento espiritual o como quiera llamársele.

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