Un añito
Sin saberlo, acabas de cerrar la que será la unidad de medida de tu vida. Este ha sido el tiempo en el que has estrenado el mundo
Mi primer recuerdo lo fabriqué a los dos años. El abuelo y la abuela estaban echándose la siesta y yo cogí unas témperas y me pinté las piernas de azul, aunque eso no lo registré, sino que lo he rellenado a posteriori. Mi recuerdo arranca con el resultado de la ocurrencia: la abuela frotándome las piernas con una esponja mientras me explicaba que eso no se hacía; yo mirando el agua tiñéndose de añil a mi alrededor.
He vuelto muchas veces a esa bañera, que en mi memoria es enorme, aunque seguro que no lo era tanto, y regreso también hoy. ...
Mi primer recuerdo lo fabriqué a los dos años. El abuelo y la abuela estaban echándose la siesta y yo cogí unas témperas y me pinté las piernas de azul, aunque eso no lo registré, sino que lo he rellenado a posteriori. Mi recuerdo arranca con el resultado de la ocurrencia: la abuela frotándome las piernas con una esponja mientras me explicaba que eso no se hacía; yo mirando el agua tiñéndose de añil a mi alrededor.
He vuelto muchas veces a esa bañera, que en mi memoria es enorme, aunque seguro que no lo era tanto, y regreso también hoy. Hoy que cumples un añito. Porque este será, probablemente, el único año de tu vida del que no tengas recuerdo. De él solo sabrás lo que te contemos: que tu primera palabra no fue papá ni mamá, sino el nombre de tu hermano, que nos desbordaste con tu alegría, que te vimos sonreír antes de tenerte en brazos — así te pilló la ecografía 3D—, que no paraste de hacerlo ni aquella semana en el hospital, cuando te pusieron ese respirador diminuto.
Hoy cumples un añito y cumplen un año la Luna y el Sol. Pues, como escribió Chesterton, cada vez que nace un niño Dios los crea de nuevo, porque un nuevo conjunto de ojos está mirándolos. En los tuyos, del color de mi primer recuerdo, se han reflejado también ya las playas de Galicia y la llanura manchega, la ilusión de tus bisabuelos al mirarte, que es la de saber que seguirán habitando el mundo aun cuando no estén, y la risa de tu hermano.
Andando el tiempo, tratarán de convencerte de que nada de eso es importante. De que lo que uno no escoge (la patria, la familia o el nombre, todo lo que ahora mismo eres, todo lo que han reflejado tus ojos) no tiene valor. Incluso habrá quien te diga que hay que combatirlo como a un yugo, que uno ha de ser un “hombre hecho a sí mismo”, que lo que uno hace o tiene, ya sean diez casas, tres títulos universitarios o una ideología, es más importante que lo que uno es. No te lo creas: lo mejor de ti será siempre aquello que te ha sido dado. Y tú serás mejor cuanto más consciente seas, cuanto más agradecido estés.
Hoy cumples un añito y, sin saberlo, acabas de cerrar la que será la unidad de medida de tu vida. Este ha sido el que has estrenado el mundo, pero pronto llegará el año en el que aprendas a leer, en el que se te caigan los dientes de leche, en el que descubras lo que es el amor o lo que significa tener un amigo. Llegará el año en el que aprendas lo que es la muerte o el significado de la belleza o la verdad, y entonces tendrás que perseguirlas y eso quizá te haga sufrir. Llegará el año en el que te sientas perdido o solo, en el que entiendas lo que implica equivocarse o perdonar.
Ojalá tuvieras entonces una manera de volver al momento en el que te escribo estas líneas, a este año en blanco y en diminutivo. Ojalá pudieras regresar, siempre que lo necesites, al asombro y a la alegría prístinas, a la arena de Viveiro, a los geranios que te parecían comestibles en el corral del bisabuelo y a la risa infantil de tu hermano. A la primera vez que tus ojos de cielo reflejaron la Luna y el Sol, que nacieron contigo. Y, sobre todo, al amor con el que el resto te mirábamos, y a que para merecerlo no tenías que hacer nada. Nada más que existir.