Compasión, odio, indiferencia

Habrá un momento en que no podremos soportar más vísceras ni más llantos ni más niños asesinados y esas imágenes del espanto irán desapareciendo de nuestros primeros planos, aunque intuyamos que ahí sigan

Paso de camiones con ayuda humanitaria para Gaza, en la frontera con Egipto.KHALED ELFIQI (EFE)

Cuesta entender lo que pasa porque los tipos como yo no entendemos las cosas ni su profundidad y nos quedamos en la superficie más sencilla y más ingenua, precipitándonos hasta la primera conclusión. Es esa ingenuidad por la que pensamos que las imágenes de los cientos de niños muertos y heridos, de los niños que tiemblan de miedo, deberían parar la guerra, o por lo menos pausarla, por una razón que algunos han empezado a llamar derecho internacional humanitario y que nosotros, qu...

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Cuesta entender lo que pasa porque los tipos como yo no entendemos las cosas ni su profundidad y nos quedamos en la superficie más sencilla y más ingenua, precipitándonos hasta la primera conclusión. Es esa ingenuidad por la que pensamos que las imágenes de los cientos de niños muertos y heridos, de los niños que tiemblan de miedo, deberían parar la guerra, o por lo menos pausarla, por una razón que algunos han empezado a llamar derecho internacional humanitario y que nosotros, que no entendemos nada, llamábamos humanidad. Pero qué sabremos nosotros del sufrimiento y de las reglas de las guerras, si hace falta saber tanto para poder incumplirlo casi todo.

Somos los ingenuos los que nos preguntamos por qué cuesta tanto hacer llegar la ayuda por la que clama Naciones Unidas, por citar un organismo que no parezca de parte, aunque cualquiera se ha vuelto sospechoso. Al cabo, pronto dejaremos de ser los ingenuos para, con un poco de tiempo, convertirnos en los indiferentes, atraídos por nuevas tragedias: habrá un momento en que no podremos soportar más vísceras ni más llantos ni más niños asesinados y esas imágenes del espanto irán desapareciendo de nuestros primeros planos, aunque intuyamos que ahí sigan. Aunque lo sepamos. Quién podría decir hoy, por ejemplo, cuál ha sido la última matanza de Ucrania. Ocurrió otras veces y ocurre siempre: la indiferencia no caduca nunca.

Quiénes seremos nosotros, en fin, que pretendemos entender una realidad tan compleja, hecha de ofensivas y de convenciones, sin admitir que a estas alturas del mundo —cuando el hombre ya compite en prodigios con la inteligencia artificial— la empatía no siempre es un valor ni es un principio, que hay otros por encima de lo que vale una vida. Qué ingenuo sería que en días así, puestos ante el acelerado vértigo de la historia, nos atreviéramos a explicar una guerra a partir de la compasión. Resultaría tan superfluo como tratar de entender esta violencia de ahora según otras pulsiones, como el odio o el poder; o la venganza confundida por justicia. Y seguro que no es así: que la condición humana es más compleja y no puede comprenderse con tan poco.

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