Najat el Hachmi y los agraviados
Están de acuerdo queers y líderes islámicos barceloneses en censurar en nombre de la libertad. En quitarle al otro derechos para, presuntamente, proteger los suyos propios, que estarían siendo atacados por una vía que no saben concretar muy bien
El 22 de septiembre, Najat el Hachmi fue la pregonera de las fiestas de La Mercè. Los honores trajeron cola: cuando se anunció su participación, varios colectivos protrans de Barcelona mostraron su “preocupación y rechazo” en un comunicado donde invitaban a los responsables ―es decir, al Ayuntamiento― a “reconsiderar su elección”. ¿La razón? Las opiniones de ...
El 22 de septiembre, Najat el Hachmi fue la pregonera de las fiestas de La Mercè. Los honores trajeron cola: cuando se anunció su participación, varios colectivos protrans de Barcelona mostraron su “preocupación y rechazo” en un comunicado donde invitaban a los responsables ―es decir, al Ayuntamiento― a “reconsiderar su elección”. ¿La razón? Las opiniones de la escritora de origen marroquí “atentan contra los derechos humanos” y promueven “un discurso de odio centrado en contra de los derechos y libertades de las mujeres trans”. Ahí es nada.
A Najat, como a otras feministas, se la acusa de transfobia por expresar su preocupación por unas ideas que, a su juicio, ahondan en los roles de género en lugar de combatirlos, además de reducir ser mujer a un sentimiento. A Najat se la acusa de transfobia por preocuparse por la medicalización de los menores, o porque le inquiete reforzar en los críos la idea de que existen juguetes, colores o conductas de niño y de niña, o almas en cuerpos equivocados. Pues, seamos honestos, sólo partiendo de estas ideas pueden existir las niñas con pene y los niños con vulva. A Najat, que no cree en el alma, se la acusa de transfobia por pensar y decir que el sexo biológico existe, y que es este y no nuestra manera de peinarnos o hablar lo único que determina si somos hombres o mujeres.
Pero los grupúsculos queer de Barcelona no fueron los únicos indignados con el Hachmi: tras pronunciar su pregón, fueron distintos colectivos islámicos los que protestaron contra ella por haber “difamado y herido los sentimientos religiosos de los musulmanes”. Además, le pidieron audiencia al alcalde para “analizar el incidente”. “El incidente” es, simplemente, una mujer nacida en Marruecos hablando sobre la cultura en la que creció y señalando el machismo que sufrió y que aún ve que sufren algunas niñas musulmanas.
Haría bien Collboni en darles esa audiencia, pero haría mejor aún en reunirlos, además, con los representantes de las asociaciones protrans. Y que, juntos, no binarios y líderes de organizaciones islámicas, llegaran a un acuerdo sobre qué es lo que está mal en los planteamientos de la escritora. Nos sorprendería la cantidad de asuntos en los que estarían de acuerdo.
Pues, aunque los seguidores del paradigma queer tengan remilgos a la hora de admitirlo, sus presupuestos pueden reducirse a dos cuestiones sencillas: que o bien existe ropa, peinados y conductas de chica y de chico, tal y como critica Najat en el islam, o bien existen, como decía Platón, almas femeninas y masculinas. Y sucede a veces que no concuerdan con el cuerpo. Eso mismo pensó el ayatolá Jomeini, por eso en Irán la homosexualidad está perseguida y la transexualidad financiada. Los homosexuales se ven, incluso, forzados a operarse, pues se piensa que un hombre gay o amanerado solo puede ser, en el fondo, una mujer.
También están de acuerdo queers y líderes islámicos barceloneses en censurar en nombre de la libertad. En quitarle al otro derechos para, presuntamente, proteger los suyos propios, que estarían siendo atacados por una vía que no saben concretar muy bien. Pero en el fondo están hablando de otro derecho, uno auto otorgado y emanado de su condición de víctimas: el derecho a que sus ideas, su fe y todo lo que de ellas derivan no sean cuestionadas.