Chao, Chiqui

Un duelo es un duelo. Y, yendo a uno, te haces una idea de cómo será el tuyo

José Luis de la Fuente, 'Chiqui', en la Redacción de EL PAÍSLorena Ruiz

El martes, a las siete de la tarde, el tanatorio de La Paz, en la localidad madrileña de Alcobendas, estaba ambientadísimo. Todas las cámaras mortuorias ocupadas, las salas de duelo llenas, el aparcamiento hasta la bandera y el bar a reventar de dolientes y compañía atizándose desde tilas a copazos, dependiendo del destemple de los cuerpos y las almas, y las ganas de celebrar no ser ellos los muertos. Un día cualquiera en una morgue de una gran ciudad española. La concurrencia a esa hora punta era variadísima. Así, a vista de pájara, una pudo ver al vuelo desde un exmagistrado del Constitucion...

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El martes, a las siete de la tarde, el tanatorio de La Paz, en la localidad madrileña de Alcobendas, estaba ambientadísimo. Todas las cámaras mortuorias ocupadas, las salas de duelo llenas, el aparcamiento hasta la bandera y el bar a reventar de dolientes y compañía atizándose desde tilas a copazos, dependiendo del destemple de los cuerpos y las almas, y las ganas de celebrar no ser ellos los muertos. Un día cualquiera en una morgue de una gran ciudad española. La concurrencia a esa hora punta era variadísima. Así, a vista de pájara, una pudo ver al vuelo desde un exmagistrado del Constitucional bajarse trajeadísimo de un cochazo hasta una adolescente acribilladita a tatuajes hinchándose a llorar en una esquina. Risas y lágrimas. Luto y colorines. Visitas de todo corazón y de puro compromiso. Lo de todos los velorios, vamos.

En la cámara frigorífica de la sala 9, José Luis de la Fuente, Chiqui para todo el mundo, no se había visto en otra. Allí estaba el tío, de cuerpo presente a los 58 años, uno de los tipos más queridos de EL PAÍS de todos los tiempos. Apuesto a que, de poder escucharlos, se hubiera ruborizado —y descojonado— oyendo cantar sus alabanzas desde a varios directores de todas las épocas del diario hasta a alguna exbecaria alucinando con el glorioso pasado de ese Chiqui al que tanto adoraban sus colegas. Su velatorio era de los más concurridos, dolorosos y animados. Ganado se lo tenía. Anda que no se había comido él funerales de colegas antes del suyo. El último, el del gran Ramón Lobo, en agosto, la última vez que nos vimos y en el que nos dijimos, más o menos, lo que se decía en el suyo. Qué pena, qué mierda, qué injusta es la vida. Al salir e incorporarme al atascazo diario de vuelta a casa de los currantes pensé que un duelo es un duelo es un duelo. Y que, yendo a uno, te haces una idea de cómo será el tuyo. Chao, Chiqui. Fue maravilloso trabajar 30 años contigo. Nos vemos cualquier día en el tanatorio de Alcobendas, o el de la M-30, o el de la M-40, o al que me manden mis herederas. Supongo que irá la peña. En España enterramos de maravilla. Otra cosa es cómo nos tratamos en vida.

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