Caos trumpista en Estados Unidos
La ultraderecha del Partido Republicano acaba con el único alto cargo que tenía en Washington y paraliza el Capitolio
Washington se fue a dormir el martes sin presidente de la Cámara de Representantes, la tercera autoridad del país y la segunda en el orden de sucesión de la Casa Blanca. Tan solo ocho disidentes extremistas del Partido Republicano, sumados a los demócratas de la Cámara, fueron suficientes para destituir al ...
Washington se fue a dormir el martes sin presidente de la Cámara de Representantes, la tercera autoridad del país y la segunda en el orden de sucesión de la Casa Blanca. Tan solo ocho disidentes extremistas del Partido Republicano, sumados a los demócratas de la Cámara, fueron suficientes para destituir al republicano Kevin McCarthy y arrojar a las instituciones de Estados Unidos al caos. No existen precedentes de una situación así en dos siglos y medio de democracia estadounidense, hasta el punto de que los próximos pasos a seguir son objeto de debate de constitucionalistas. En la silla de McCarthy queda un congresista de manera provisional con todas las funciones parlamentarias limitadas hasta que haya un nuevo presidente. La Cámara se toma ahora una semana de receso hasta que republicanos y demócratas se pongan de acuerdo sobre cómo reactivar la actividad tras una votación que pasará a los libros de Historia.
La potencial onda expansiva de la parálisis en el Capitolio va mucho más allá del Partido Republicano, de Washington, e incluso de Estados Unidos. No solo queda suspendida toda la actividad legislativa o de nombramientos. A mediados de noviembre caduca el acuerdo provisional bipartito para financiar temporalmente el Gobierno federal alcanzado por McCarthy y los demócratas. Si el Congreso no aprueba una prórroga, el Ejecutivo tendrá que cerrar por falta de fondos, lo que obligará a los funcionarios a trabajar sin cobrar y dejará muchas de sus funciones en suspenso. Por la misma razón, está en peligro la ayuda militar a Ucrania, que se financia con los fondos de Defensa.
McCarthy, primer speaker destituido en la historia tras solo nueve meses en el cargo, solo es la última víctima del extremismo que el Partido Republicano viene cultivando desde la aparición de la facción del Tea Party en 2010, luego transmutada en la secta de Donald Trump. El populismo ha devorado en esta década a otros tres líderes de la formación conservadora: Eric Cantor (derrotado en unas primarias), John Boehner (dimitió antes de ser censurado por los extremistas) y Paul Ryan (abandonó la política incapaz de unir a los republicanos tras la llegada de Trump). Ahora, a pesar del declive electoral del trumpismo, la debilidad republicana ha dado a los ultras la posibilidad de tener más influencia que nunca en Washington. La corrosión ha llegado al corazón del poder sin más plan que el caos y la promoción personal del pequeño grupo que ha tomado la democracia como rehén.
Los demócratas no tenían ninguna razón para salvar con sus votos a McCarthy, un personaje que por su ambición cedió a todas las demandas trumpistas para salvar su puesto y tuvo un papel significativo en la rehabilitación de Trump tras el asalto al Capitolio. El pacto con el diablo le ha costado su carrera. Pero es importante separar a la persona del cargo. Es la hora de la responsabilidad. Que los demócratas contemplen de brazos cruzados la autodestrucción republicana es comprensible políticamente hasta que se ponen en riesgo las instituciones. Si hay una alternativa a McCarthy entre los republicanos que cuente con el respeto de sus rivales, los votantes demócratas no entenderían que su partido lo boicoteara. Una vez más, la infección trumpista ha colocado a Estados Unidos al borde del precipicio. La única forma de alejarse del abismo es poner las instituciones por delante de la política.