La pobreza que enamora
Un video de un joven que trabaja 13 horas al día, compaginando dos empleos, cosecha alabanzas y elogios en las redes sociales
El resentimiento de clase es peligroso. Se acantona, como las bacterias, a la espera del momento adecuado para manifestarse. Como cuando se viraliza en Twitter el vídeo de un chaval bajo el título de “working class hero”. Trabajo, valores, buena educación, honra, generosidad… Las alabanzas hacen cola, atropellándose unos a otros, para ser el primero y el mejor en elogiar al joven con estética de telonero —no de los grupos de música, sino de los atracacamiones— porque es un giro de guion con patas: en lugar de roba...
El resentimiento de clase es peligroso. Se acantona, como las bacterias, a la espera del momento adecuado para manifestarse. Como cuando se viraliza en Twitter el vídeo de un chaval bajo el título de “working class hero”. Trabajo, valores, buena educación, honra, generosidad… Las alabanzas hacen cola, atropellándose unos a otros, para ser el primero y el mejor en elogiar al joven con estética de telonero —no de los grupos de música, sino de los atracacamiones— porque es un giro de guion con patas: en lugar de robar, ha elegido el camino de reventarse a trabajar para mantener a su familia.
En el vídeo, el joven se dirige a quienes “vienen de una buena familia”. “Te dan tu paga, te compran tus cosas, tu chándal, mierdas. No te falta de ná… ¿Por qué dejas el instituto? ¿Por qué te gastas el dinero en porros, en fiesta, en mierdas? ¿Por qué vas de barrio si no te falta de nada?”. Y sigue, reprochándoles a esos supuestos malotes de tres al cuarto que dejen de fingir porque no saben “lo dura que es esta vida en verdá”.
Y para ejemplo, él. “Vengo de una familia humilde y estoy con dos trabajos, matándome a trabajar. ¿Pa qué?”, se pregunta. Y lo responde: para comprar una botella de aceite grande cuando falta en casa, o unas “zapas” a su hermana de 13 años cuando lo necesita. “Aquí estoy, sacando a mi familia adelante, que es lo que toca”, repite. Mientras, centenares de usuarios le dan razón. “La juventud no está perdida”, le responden en TikTok, donde el vídeo que ha colgado en su propia cuenta, con casi 30.000 seguidores, acumula tres millones de visualizaciones.
Como si las redes sociales hubiesen sido tomadas por toda esa generación que ahora ya supera los 80 años, hijos de una posguerra que les puso a trabajar antes de saber leer, si es que llegaron a aprender en algún momento. “A los 12, ya sacaba un jornal del campo”, se vanaglorian, con cierto desdén por la juventud de hoy en día. “En una cabaña sin agua y sin luz tendrías que haber vivido”, les recriminan ante su último capricho o pataleta. Y llegan a la conclusión de que las generaciones actuales “no valen para nada”, ante el silencio respetuoso que merecen. Suficiente han aguantado en la vida.
Pero Twitter, salvo noticia de última hora, no está tomada por los ancianos pobres hijos de la posguerra y el campo. Está llena de periodistas, influencers, abogados, profesores, políticos… Todos saben leer. Todos viven en una sociedad que presume de crecimiento económico, de clase media, de la universidad para todos o de la formación profesional, que ahora nos cuentan que goza de más salida. La reacción natural a ese vídeo debería ser escandalizarse. ¿Qué hace un chaval explotado trabajando 13 horas al día en dos empleos? ¿Por qué considera además que es lo que le toca?
“Y os creéis calle, pero calle no es eso. Calle es cuidar a tu familia, calle es sacar a tu familia adelante”, remata su intervención el joven, autograbada con el móvil mientras camina, efectivamente, por la calle. La sensación al acabar el vídeo es de rabia y de tristeza por el éxito que cosecha la “romantización de la explotación” en las redes sociales, como denuncian otros tantos usuarios de Twitter, de la pobreza que enamora. Porque ese vídeo no habla de la calle, habla de trabajos mal pagados, de falta de opciones, de falta de futuro. De una España invisible, como cuenta magníficamente en su libro Sergio C. Fanjul, que nos cerca. Que formamos. De la que venimos. Que sigue ahí. ¿O usted también se ha creído el cuento de la clase media?