editorial

Una armería para Putin

Rusia encuentra en Corea del Norte un suministrador de vieja munición soviética para sostener su guerra contra Ucrania

Putin junto a Kim Jong-un, en el cosmódromo de Vostochni, en Rusia.MIKHAIL METZEL (AFP)

El encuentro entre Kim Jong-un, el líder del comunismo hereditario norcoreano, y Vladímir Putin, el belicoso zar postsoviético, en el cosmódromo de Vostochni, dice mucho sobre la guerra de Ucrania y el aislamiento en que se encuentra el Kremlin. Tras 19 meses de combates, en buena parte de desgaste, andan muy cortos de munición los dos contendientes, aunque aún más Rusia, pues su escasez se ve incrementada por la eficacia de las sanciones y el aislamiento diplomático que limita incluso el suministro por parte de países abiertamente prorrusos, como China. ...

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El encuentro entre Kim Jong-un, el líder del comunismo hereditario norcoreano, y Vladímir Putin, el belicoso zar postsoviético, en el cosmódromo de Vostochni, dice mucho sobre la guerra de Ucrania y el aislamiento en que se encuentra el Kremlin. Tras 19 meses de combates, en buena parte de desgaste, andan muy cortos de munición los dos contendientes, aunque aún más Rusia, pues su escasez se ve incrementada por la eficacia de las sanciones y el aislamiento diplomático que limita incluso el suministro por parte de países abiertamente prorrusos, como China. Moscú no ha tenido más remedio que acudir al arsenal del país más aislado del mundo.

Es una operación redonda para Pyongyang, que conseguirá la ayuda financiera y tecnológica que ni siquiera le proporciona el régimen comunista chino, y rompe así un cerco comercial, que la propia Rusia apoyó ante el desafío nuclear a las resoluciones de Naciones Unidas. La alianza armamentística entre ambas dictaduras incrementa su peligrosidad, una mala noticia para sus vecinos asiáticos, incluido Pekín, siempre temerosa de una crisis bélica en la península coreana.

Es significativo el lugar del encuentro en una base del extremo oriente siberiano, donde se lanzan naves espaciales y también cohetes intercontinentales. Es un marco perfecto para complacer al paradójico hombre-cohete —según la sarcástica definición de Donald Trump—, que se desplaza en un tren blindado y no utiliza los medios aéreos. El meollo de la reunión es una transacción armamentística en la que Corea del Norte, gran fabricante de viejos modelos de munición artillera de la época soviética, pone a disposición de Rusia su nutrido arsenal de bombas y cohetería mayormente estúpida, es decir, no guiada e impulsada por el disparo y la fuerza de la gravedad. La apertura de este a Putin revela también una apuesta por la guerra aérea y artillera para los meses próximos, a falta de opciones ofensivas, insostenibles para su ineficaz ejército. Sus objetivos son la interrupción de suministros, la destrucción de la economía ucrania y sobre todo la desmoralización de la población civil después del estancamiento de la actual ofensiva, y obligar así al adversario a negociar sin haber cedido ni un palmo del territorio hasta ahora conquistado.

Es un magro y humillante consuelo la bendición que Putin recibe de un régimen paria, más maldito, aislado y sancionado por la comunidad internacional que la propia Federación Rusa. La agresión de Putin es una “lucha sagrada” según Kim, que considera de máxima prioridad sus relaciones con Moscú y promete toda la ayuda que pueda proporcionarle, con la expectativa de obtener a cambio una bocanada de oxígeno para su ahogada economía. No es extraño que ambos dirigentes se hayan prodigado en los elogios mutuos, como si compensaran la creciente repugnancia que ambos suscitan en la opinión internacional.

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