Una última idea: paremos este bochorno

El empecinamiento de Rubiales en negarse a asumir responsabilidades desborda lo estrictamente deportivo para colisionar de lleno con los valores que determinan la reputación de España

Rubiales, el día 25 durante su intervención asamblea de la Federación de Fútbol, en la Ciudad del Fútbol de Las Rozas (Madrid), en una imagen de la federación.

Cada una de las intervenciones de Luis Rubiales resulta más insultante que la anterior. Su comportamiento soez en el palco de autoridades y el beso no consentido durante la celebración de la victoria del Mundial de fútbol a una de las jugadoras ya incorporaban argumentos suficientes para renunciar a sus responsabilidades institucionales. Luego llegó ...

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Cada una de las intervenciones de Luis Rubiales resulta más insultante que la anterior. Su comportamiento soez en el palco de autoridades y el beso no consentido durante la celebración de la victoria del Mundial de fútbol a una de las jugadoras ya incorporaban argumentos suficientes para renunciar a sus responsabilidades institucionales. Luego llegó el burdo intento de pedir disculpas a través de un vídeo en el que apenas podía disimular la falta de contrición y voluntad de enmienda. Pero todavía quedaba la traca final. Cuando el consenso en torno a lo insoportable de su comportamiento parecía comprometer su continuidad, llegó una intervención en forma de relato inventado que pasará a los anales de la indignidad. El discurso desquiciado pretendió armar su defensa jurídica futura, a la par que hacer cómplices a todos aquellos que bobaliconamente escuchaban mientras aplaudían lo que se iba anunciando. No faltó una subida de sueldo para el entrenador allí presente. Hace falta tenerse poco respeto para validar una manera tan infame y desvergonzada de ejercer el poder.

Lo que está ocurriendo en la Real Federación Española de Fútbol es un bochorno que hay que parar, pero no de cualquier manera. El asunto poco tiene que ver ya con el futuro personal o profesional de un señor en fase de autodestrucción. El tema de fondo nos interpela como sociedad porque impacta en los valores sobre los que asentamos nuestra convivencia: la manera de ejercer el poder y, claro está, la igualdad entre hombres y mujeres. Por eso, se equivocan quienes creen que es responsabilidad exclusiva del Gobierno poner fin a la era Rubiales. Tampoco podemos pretender que el asunto se enmarque en un proceso judicial que confronte el testimonio de una jugadora de fútbol con el de su agresor. El Consejo Superior de Deportes, el Tribunal Administrativo del Deporte, la FIFA o incluso la Audiencia Nacional harán su trabajo dando curso a procedimientos administrativos o penales que se dilatarán en el tiempo y que juzgarán comportamientos según preceptúa la ley. Pero lo ocurrido abre, en realidad, un debate más sofisticado que supera la lógica del respeto a una disposición legal. Cuando Luis Rubiales, en una asamblea retransmitida en directo, subió la voz y tensó los músculos para repetir una y otra vez “no voy a dimitir”, traspasó una frontera en la lógica de la rendición de cuentas que no admite retorno si queremos tomarnos en serio como país.

El empecinamiento del presidente de la federación de fútbol en normalizar su comportamiento y negarse a asumir responsabilidades desborda el plano de lo estrictamente deportivo para colisionar de lleno con los valores que imperan en una sociedad y que determinan la reputación de nuestro país. Y es que su comportamiento y el de su equipo representan a la perfección las consecuencias de espacios de impunidad en ámbitos como el deporte donde el dinero, la fama y la gloria desdibujan los estándares de virtud pública que nos comprometen a todos, también a ellos. Por eso avergüenza el espectáculo de una asamblea que, salvo dignas excepciones, pretendió a la desesperada respaldar a un dirigente histriónico y desnortado que apenas logró fabular un relato ridículo para consumo de fieles palmeros. Su pretendida defensa no hizo sino mostrar al mundo entero la decadencia a la que conducen islas de poder absoluto como el que representan algunas estructuras organizativas en el mundo del deporte. Me repugna el apoyo que el presidente de la federación de fútbol está encontrando entre los suyos y me preocupa, claro está, aquellos que todavía creen que no es para tanto, que vete tú a saber qué ha pasado o que esto del feminismo está yendo demasiado lejos. Pero me molesta todavía más que la mayoría de los futbolistas, patrocinadores, entrenadores, árbitros y clubes de fútbol callen. Como ciudadanos, no basta con indignarse ante un espectáculo horrendo del que ya no somos simples espectadores. La gravedad de lo ocurrido nos interpela de manera directa y nos exige tomar partido. Y tú, ¿qué vas a hacer para parar este bochorno? La respuesta no admite mucha demora.

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