Que el verano es la infancia

La nostalgia te trae las noches a la fresca, a la puerta de la casa, donde seguían las historias de las que lamentas no recordar más, no haber preguntado más. Aquel tiempo era eterno

Dos niños juegan en las fuentes de Madrid Río.Santi Burgos

En el verano íbamos al huerto que cuidaba la familia, que ni siquiera era nuestro, y nos metíamos en la balsa de riego. De aquellas, aún podías bañarte en el río y encontrar en la montaña alguna fuente natural. Había chalés, pero no tantos, y era posible ir por las sendas hasta bajar al pueblo. En aquella balsa encalada a la que llegaban las ramas de los naranjos y de las higueras aprendimos a nadar varias generaciones de primos y echábamos las tardes y las horas cuando era impensable dedicar ...

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En el verano íbamos al huerto que cuidaba la familia, que ni siquiera era nuestro, y nos metíamos en la balsa de riego. De aquellas, aún podías bañarte en el río y encontrar en la montaña alguna fuente natural. Había chalés, pero no tantos, y era posible ir por las sendas hasta bajar al pueblo. En aquella balsa encalada a la que llegaban las ramas de los naranjos y de las higueras aprendimos a nadar varias generaciones de primos y echábamos las tardes y las horas cuando era impensable dedicar el tiempo a otra cosa más que a bañarse y a jugar y acudir a la mesa cuando te llamaban. A veces te aburrías, pero siempre pasaba algo: un bicho, una bici o una pelea de críos.

De noche, después de la sandía y de los higos, la familia formaba un corro y se oían las historias más disparatadas del pueblo y del pasado, de paisanos a los que casi nadie conocía. En esos casos, los mayores desenredaban sus frases como árboles genealógicos y te contaban que ese del que hablaban era el primo de uno, vecino del otro, que se mudó no sé dónde y volvió soltero. Que era imposible que no supieras quién era; y no se daban por vencidos hasta que tú, exhausto, capitulabas con un ya sé quién es. Todo lo importante se decía en voz alta, porque la palabra era lo que de verdad valía.

Es tramposa la nostalgia, que te lleva donde quiere; mitad verdad, mitad deseo. Hace que parezcan mejores las cosas y seguramente mejor que ahora no eran. Pero fue el momento en que a ti te tocó ser niño y eso sí que no podrá igualarse jamás: las tardes en que en vez de mirar el mundo en realidad lo descubrías. La memoria te trae a los años los recuerdos bonitos en imágenes cortas pero, al cabo, eso es el verano también: pasar por una playa y recordar la primera vez que te llevaron, los champús de fresa y de huevo que caían sobre ti en la ducha innegociable al regreso de la playa. Pasar por la casa y el huerto y evocar lo que compartiste con la gente que ya no está o con la que apenas guardas contacto, porque nos hacemos mayores y la vida sigue y, además, hubo herencias que repartir.

La nostalgia te trae las noches a la fresca, a la puerta de la casa, donde seguían las historias de las que lamentas no recordar más, no haber preguntado más. Aquel tiempo era eterno, porque de niños los veranos no acaban nunca. Hasta que un día de pronto un paseo, un olor o un paisaje te brinda un recuerdo con el que no contabas y te aparece la balsa y el baño y las horas llenas de todo en las que no hacías nada. Igual era eso. Que el verano es la infancia: y lo demás son recuerdos.

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