La Europa de la extrema derecha
Los cordones sanitarios penden de un hilo, incluso en Alemania y Francia, y cada elección es una prueba de resistencia
Un aspecto de nuestras últimas elecciones generales ha pasado relativamente desapercibido, la ansiedad con la que desde distintas instancias europeas se percibió la posibilidad de que Vox entrara en el Gobierno. El temor era que desde allí pudiera contribuir a comprometer el proyecto de la Unión, fortaleciendo los designios de la extrema derecha del continente. El final de nuestra campaña electoral coincidió también con las desafortunadas declaraciones de Friedri...
Un aspecto de nuestras últimas elecciones generales ha pasado relativamente desapercibido, la ansiedad con la que desde distintas instancias europeas se percibió la posibilidad de que Vox entrara en el Gobierno. El temor era que desde allí pudiera contribuir a comprometer el proyecto de la Unión, fortaleciendo los designios de la extrema derecha del continente. El final de nuestra campaña electoral coincidió también con las desafortunadas declaraciones de Friedrich Merz, el líder de los cristianodemócratas alemanes, en las que rompiendo todos los tabúes se abría a pactar con la AfD en el ámbito de la política local. Ante el escándalo que provocaron se vio obligado a desdecirse, y se difuminó el miedo a que otro de los países grandes como España los incorporara a su poder ejecutivo. Pero el susto permanece. Los cordones sanitarios penden de un hilo, incluso en Alemania y Francia, y cada elección es una prueba de resistencia.
Una aclaración antes de seguir. Sería demasiado simplista concebir el archipiélago ultraderechista como “antieuropeo”. Lo mejor del Brexit fue que ha producido un efecto vacuna, ni siquiera la Hungría de Orbán es capaz de verse fuera de la Unión. La cuestión no es ya —al menos para los partidos que se integran en el grupo parlamentario de los Conservadores y Reformistas Europeos (CRE)— la de más o menos Europa, sino qué Europa. Lo que busca ahora es ajustarla a sus objetivos y valores, empezando por el tema hacia el que son más sensibles, el asilo y las migraciones. Pero teniendo en la recámara un programado asalto a su visión cosmopolita, diversa y progresista. Es lo que el analista Hans Kundnani denomina el modelo de la Eurowhiteness, una curiosa síntesis de nacionalismo y “civilizacionismo”, una comunidad étnico-cultural supranacional —blanca y nativista, por supuesto— en la que se preserven las esencias nacionales pero que a la vez haga de paraguas defensivo de todas ellas. Imagino que algo parecido a la fusión de Estado y civilización que estamos viendo ya en China y la India. En Europa se trataría, como es lógico, de un ente supranacional defensor de sus valores particulares, no de los universalistas de la Ilustración.
Es obvio también que este proyecto solo tendría visos de realizarse si cuenta con la complicidad de la derecha tradicional europea. De ahí el peligro de los coqueteos de Manfred Weber, el líder del Partido Popular Europeo, con el CRE mencionado. O la irresponsabilidad de las declaraciones de Merz. El primer asalto de este intento de reconstrucción del ideal europeo tendrá lugar dentro de un año con las elecciones al Parlamento Europeo. Erraríamos si nos limitamos a verlas como mero examen de la salud respectiva de nuestros actores políticos nacionales. Esto ya va de otra cosa. Y lo más preocupante es que del lado de la Europa progresista no se percibe un liderazgo capaz de frenar con eficacia el ímpetu y la astucia con la que ha comenzado a moverse Meloni. ¿Se la imaginan haciendo tándem con Le Pen como presidenta francesa?