¿Y si falla el navegador?
Lo que consultan los partidos son los sondeos, que miden a diario cuánto ganan y cuánto pierden. Y lo importante es ganar, que para unos consiste en llegar primero y para otros en llegar al puerto. O sea, al poder
En ocasiones, uno echa en falta un navegador para moverse por los sitios. No para ir de calle en calle, que para eso está el móvil, sino para ir por la vida y saber qué hacer en cada caso. Ocurre parecido con la paternidad y la maternidad, que se aprenden con el uso y lo que más te enseña es equivocarte en algo para no hacerlo más o hacerlo de otra manera. En política, sin embargo, sí disponen del mecanismo que les hace saber si es mejor que vayan por la derecha o por la izquierda y, aunque podría pensarse que su navegador son las elecciones, la verdad es que ...
En ocasiones, uno echa en falta un navegador para moverse por los sitios. No para ir de calle en calle, que para eso está el móvil, sino para ir por la vida y saber qué hacer en cada caso. Ocurre parecido con la paternidad y la maternidad, que se aprenden con el uso y lo que más te enseña es equivocarte en algo para no hacerlo más o hacerlo de otra manera. En política, sin embargo, sí disponen del mecanismo que les hace saber si es mejor que vayan por la derecha o por la izquierda y, aunque podría pensarse que su navegador son las elecciones, la verdad es que ese papel lo juegan las encuestas. Lo mismo que nosotros miramos el móvil antes que al cielo para saber el tiempo, los candidatos miran su tracking para decidir si salen con chaqueta o manga corta.
Lo que consultan los partidos son los sondeos, que miden a diario cuánto ganan y cuánto pierden. Y en esa premisa tan sencilla se explica un proceso tan complejo como la gobernabilidad de un país: en entender que cada frase la someten al criterio de las encuestas y que su lógica se resume en ganar o en perder. Como en el fútbol, pero sin que importe tanto si el juego es bueno o es malo. Lo importante es ganar, que para unos consiste en llegar primero y para otros en llegar al puerto. O sea, al poder.
Así ha sucedido, por supuesto, en la última campaña: un candidato prueba un discurso que concentra en una frase rotunda, pensada para que quepa en un tuit y en un telediario. Luego su equipo comprueba si les ha ido bien o les ha ido mal, si se han pasado de duros o moderados, en un proceso parecido al que calcula las audiencias en televisión. Se escucharán entonces, números en mano, ese tipo de cosas: con esto nos fue bien o hay que dar más fuerte contra los otros. En fin, ya saben. De manera que uno se presenta al día de las elecciones producto, o víctima, de aquello que le han inducido a decir las encuestas.
Imaginen, por ejemplo, que fueran ustedes candidatos y hubieran basado su campaña en acusar a su principal rival de lanzar mentiras sin pudor ni vergüenza y de ser perjudicial para la democracia, porque con frases así los tracking crecían que daba gusto. Y cuanto más atizaban, más subían, lo que implicaba que ganaban, que para eso estaban allí. Imaginen luego que aquel sistema que llegaron a dar por más cierto que la realidad, que les construyó un mundo y les hizo nombrar en sueños a sus ministros y a sus secretarios de Estado, hubiera fallado por alguna razón. Y así, ustedes, que pensaban que tenían el partido a punto de caramelo, descubrieran de golpe que no les daba para asegurarse el campeonato. Que estaban ahí, de pronto, en mitad del campo, sin dejar de repetirse aquellas frases que habían dicho y que, pronunciadas por ustedes mismos, les dejaban solos, sin poder apoyarse en aquel al que acababan de identificar con el diablo. Pues eso pasa, al cabo: que todo va de ganar y perder, y está bien ganar en las encuestas. Pero, ¿y si falla su navegador?