Mientras el cieno nos anega
Conviene reservar siquiera un rincón de nuestra mente a los problemas reales a los que nos enfrentaremos en la siguiente legislatura
Mientras los partidos conservadores y los de más allá entorpecen el pensamiento de los electores, mientras los argumentos se estrellan contra una milagrosa impermeabilidad a la razón y la campaña se convierte en un ejercicio de manipulación psicológica de masas, conviene reservar siquiera un rincón de nuestra mente a los problemas reales a los que nos enfrentaremos en la siguiente legislatura. Y no van a ser ni...
Mientras los partidos conservadores y los de más allá entorpecen el pensamiento de los electores, mientras los argumentos se estrellan contra una milagrosa impermeabilidad a la razón y la campaña se convierte en un ejercicio de manipulación psicológica de masas, conviene reservar siquiera un rincón de nuestra mente a los problemas reales a los que nos enfrentaremos en la siguiente legislatura. Y no van a ser ni la puntualidad de los carteros ni las enigmáticas amistades náuticas de un candidato. Mis colegas ya han resaltado en estas páginas la importancia capital de los asuntos económicos, igualitarios y culturales que nos estamos jugando con nuestro voto del domingo. Con infinita humildad, quisiera aportar un ángulo más.
Durante la próxima legislatura se va a disparar la demanda de coches eléctricos. Hasta ahora son demasiado caros, pero las economías de escala irán resolviendo esa cuestión. Esto será una buena noticia para las ciudades, que dispondrán de un aire más limpio, pero conlleva dos problemas muy graves. El primero es el enchufe. Si la electricidad que sale de ahí ha sido obtenida quemando fuel, solo estamos desplazando la fuente de las emisiones de la ciudad al campo y, por desgracia, a la dinámica atmosférica que calienta el planeta eso le da igual. Nos acabará complicando la vida de todos modos, seamos urbanitas o neorrurales. Y el segundo problema gordo son las baterías.
¿Has oído hablar de la zona Clarion-Clipperton? Se extiende desde México hasta Hawái, con una superficie mayor que India, y la llaman “el moderno El Dorado”. Desde algo antes de la pandemia, compañías mineras como la belga Global Sea Mineral Resources están investigando en unos minerales (llamados nódulos polimetálicos) que yacen en su fondo marino. Contienen manganeso, níquel, cobalto y tierras raras que resultarán de gran utilidad para la manufactura de baterías. Prevén un mercado de miles de millones de euros. Aunque resulte chocante en la resaca del desastre del Titan, solo hay que sumergirse cuatro kilómetros y coger los nódulos. Fácil y rentable, sobre todo si lo hace un robot.
Lo creas o no, existe una Autoridad Internacional del Fondo Marino (International Seabed Authority, ISA) que agrupa a 167 Estados y a la Unión Europea y que acaba de celebrar una reunión en Kingston, Jamaica, para regular la explotación del fondo del mar. Sin ningún resultado, por cierto. Eso quiere decir que la extracción masiva de recursos del suelo marino va a crecer exponencialmente sin que exista la menor regulación internacional al respecto. Los recursos de metales clave para los coches eléctricos de la zona Clarion-Clipperton superan a todos los depósitos conocidos en tierra firme. Las misteriosas criaturas que viven allí, muchas desconocidas para la ciencia, van a pasar la del pulpo. La voracidad de una industria mundial emergente y desregulada da grima.
Sé que todo esto te va a parecer una cuestión menor. También sé que te equivocas. Los gobiernos conservadores son adictos a la libre empresa, y si van en coalición con unos negacionistas del cambio climático nos podemos preparar para una era oscura de coches Tesla que nadie sabe dónde enchufa ni a costa de qué destrucción planetaria. Recoge el voto de tu oficina de Correos.