Mirada de Anaut

Es de no creerse la imperdonable sorpresa con la que se va de este mundo un periodista de la vieja guardia creador del Festival Eñe y de PhotoEspaña y director de la revista ‘Matador’

Alberto Anaut en 2017.Bernardo Perez

Es de no creerse, diría como madrileñismo en zarzuela lacrimosa con solo recorrer con la vista al vuelo la vida en obras de Alberto Anaut, porque es de no creerse que un periodista de la vieja guardia (nubes de humo en la redacción flotando sobre una sinfonía de teclas de máquina de escribir y adrenalina de todos los tiempos), mucho más que plumilla dueño de prosa pura y puntual que llegó a subdirector de este diario EL PAÍS; luego incansable promotor cultur...

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Es de no creerse, diría como madrileñismo en zarzuela lacrimosa con solo recorrer con la vista al vuelo la vida en obras de Alberto Anaut, porque es de no creerse que un periodista de la vieja guardia (nubes de humo en la redacción flotando sobre una sinfonía de teclas de máquina de escribir y adrenalina de todos los tiempos), mucho más que plumilla dueño de prosa pura y puntual que llegó a subdirector de este diario EL PAÍS; luego incansable promotor cultural, empresario de las artes, fundador y director de La Fábrica (editorial, escuela, librería y en un tiempo restaurante con un chef de caballero andante), creador e impulsor del Festival Eñe y de PhotoEspaña y director de la revista Matador, edición anual editada desde 1995, dedicando cada número y año a una sola letra, por lo que habiendo afirmado que todo eso se acabaría al llegar a la Z (publicada a principios de este 2023) enmarca, sin embargo, la imperdonable sorpresa con la que se va de este mundo ese Anaut incólume, Alberto entrañable, A.A. de humor a la mano y voz ligeramente rasposa que iniciaba su sonrisa la filo de sus gafas.

Mirada de Anaut al filo de las gafas en el sutil chascarrillo donde intentó convencerme de que los comentaristas de televisión y conductores de telediarios solo llevaban ropa de la cintura para arriba, dejando gayumbos o panties fuera de cuadro (cosa que luego se impuso con tanto zoom durante el confinamiento) y mirada de Anaut al contemplar sobre un muro en medio del Jardín Botánico la inmensa fotografía de un montón de llantas en llamas o las hojas de contacto que miraba con cuentahílos, portando una austriaca sin solapas con la elegancia serena que partía precisamente al filo de sus gafas y el brote leve de sus canas y de nuevo la sonrisa al aquilatar una buena sobremesa donde una figura del toreo recrea en el vacío la eternidad efímera que se envuelve en una larga cordobesa o bien, la sonrisa de brazos cruzados al hilar todos los libros posibles en conversación de bibliotecarios con Antonio Muñoz Molina al filo de los estantes del Club Matador, también hogar de su fundación y aliento a la usanza de algún ensueño londinense con sillones de cuero y salón fumador, restaurante de postín, espejos para charlas y toda la música posible, pero abierto a la libertad del nuevo siglo como prado interminable a la conversación en concordia y la reunión de todas las diferencias.

Que no se puede creer que el alma de periodista y el ánimo incansable de empresario cultural resultase en extraordinario constructor de puentes entre todas o casi todas las instituciones culturales de España, sus museos y sus diversos divanes, telones y corredores o laberintos con esa mirada de Anaut con la que hablaba de la nieve en Segovia, un paisaje de Italia o el recuerdo delirante de la FIL de Guadalajara… porque su generosidad procuró no pocas cenas o comidas de órdago y palabras sabias de aliento e impulso para la música de mis hijos o mis propios párrafos. Su mirada sobre Ronda vestida de Goya, al filo de un poema de Rilke y la noche en que un taxista nos aconsejó alejarnos de los restaurantitos de “platito negro” y procurar mejor las tascas de antaño donde sirven “raciones de verdad”.

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Debo a Alberto Anaut haber llegado a director durante los primeros cinco números del exquisito periódico Minotauro que él mismo fundó para la Peña Antoñete del Club Matador y Antonio Pradel —su actual director— puede corroborar que la mirada de Anaut no solo alentaba cada aroma que desprende ese periódico de gran formato y prosas profundas, sino que además fue siempre figura del toreo en el diseño y confección, tipografía e ilustraciones de cada uno de sus números que hoy mismo se alzan como palomas al vuelo. Por lo mismo, le debo amistades entrañables en esa peña variada de ilusionistas y en particular haberme contagiado la amistad del gran Eduardo Arroyo, con quien ahora verá boxeo del pretérito intemporal y carteles soñados del toreo eterno.

Que es de no creerse que la mirada de Anaut se haya apagado llevando tanta vida en las pupilas y tanto de tanto bajo los párpados: sueños y proyectos, planes y programas, páginas y páginas… pensamiento paseante y amor hasta las cachas. Porque lo vi andando siempre de la mano de su Carmen e incluso de lejos, como recién ennoviados, en una feria de pueblo donde las luces giraban de felicidad imparable. Mira Carmen, que intento abrazarte porque es de no creerse la honrosa valentía con la que Alberto llevó en secreto la larga enfermedad que muchos desconocíamos; mira Carmen, que hay una sombra indeleble cada vez que caminemos por este Madrid tan de mirada de Anaut, de empedrados de siglos y cúpulas en pico, palacetes resucitados y edificios de ingenio. Parece increíble, pero con el empeño de tantísimos artistas, editores, libreros, diseñadores, arquitectos, fotógrafos, estudiantes, toreros, poetas, pintores y visitantes… con el empeño de tantos que le quedamos en deuda por tanta buena obra y ocurrencia su afán pervive ya para siempre… aunque a mí la mirada se me llena de lágrimas.

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