Aguja e hilo, en memoria de Concha

El de la costurera Concha es un crimen execrable, aunque quizá menos premeditado que la indecencia de quienes propagaron el bulo de que el asesino era magrebí para añadir odio e ignominia a la tragedia

Miembros de la policía en la tienda donde fue asesinada Concha, en la plaza de Tirso de Molina en Madrid este lunes.Jaime Villanueva

El otro día se me cayó el botón crítico de la blusa, ese donde desagua el canalillo, en el peor momento posible. Soltando un segundo la diestra del volante para coger un chicle del bolso en un parón del atasco diario para llegar al curro. Mira, qué disgusto. Me oí jurar en arameo yo solita ante una catástrofe que se arregla en un minuto con aguja e hilo. Pero es que, aquí y ahora, en esta España en la que a hacer punto se le llama knitting y los pertrechos se compran por Amazon, es más difícil encontrar una aguja en ciertos barrios que en el pajar del refrán de marras. Y quien dice una ...

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El otro día se me cayó el botón crítico de la blusa, ese donde desagua el canalillo, en el peor momento posible. Soltando un segundo la diestra del volante para coger un chicle del bolso en un parón del atasco diario para llegar al curro. Mira, qué disgusto. Me oí jurar en arameo yo solita ante una catástrofe que se arregla en un minuto con aguja e hilo. Pero es que, aquí y ahora, en esta España en la que a hacer punto se le llama knitting y los pertrechos se compran por Amazon, es más difícil encontrar una aguja en ciertos barrios que en el pajar del refrán de marras. Y quien dice una aguja, dice un tornillo o una revista. No quedan mercerías ni ferreterías ni quioscos ni más tiendas a pie de calle que franquicias de moda y carcasas de móviles. Y las que quedan agonizan con el tendero contando los días para poder bajar la persiana y jubilarse con el traspaso del local a una sala de juegos en línea, una marca de yogur helado o un gastrobar canallita.

En esas diatribas me hallaba cuando oí en la radio del coche que un canalla había cosido a puñaladas a Concha, una costurera de 61 años, en su camisería de toda la vida del barrio de Lavapiés, el mismísimo cogollo de la desigualdad madrileña, para robarle la caja. Se jubilaba en agosto, después de 30 años vendiendo el género. Un crimen execrable, por supuesto, aunque quizá menos premeditado que la indecencia de los ¿periodistas? y líderes ultraderechistas que propagaron el bulo de que el asesino era magrebí para añadir odio e ignominia a una tragedia ignominiosa y odiosa con la víctima todavía de cuerpo presente. Esos sí que no dan puntada sin hilo. Respecto a mi drama de pija, solo diré que paré en un polígono, anduve 1.000 de mis 1.500 pasos diarios por un gigantesco bazar chino y pillé un kit de costura de esos que regalaban en los hoteles antes de que te cobraran hasta el agua potable. Ahora, en memoria de Concha, llevo aguja e hilo en la guantera. Otra cosa es poder enhebrarlos con esta presbicia.

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