Columna

El fanatismo de los primeros cristianos

La superioridad moral que garantizan los monoteísmos está detrás de las grandes barbaries, como la destrucción del mundo clásico

Catherine Nixey, autora de 'La edad de la penumbra'.Víctor Sainz

La historia no siempre es la que se cuenta y resulta que a veces los que dicen que eran perseguidos resulta que fueron los perseguidores. Y los que se presentaban con la bandera del amor no hicieron otra cosa que sembrar destrucción y dolor. En 2017 la periodista e historiadora británica Catherine Nixey publicó La edad de la penumbra (Taurus), donde explica cómo el cristianismo destruyó el mundo clásico. En la promoción del libro se decía que solo el 1% de la literatura latina sobrevivi...

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La historia no siempre es la que se cuenta y resulta que a veces los que dicen que eran perseguidos resulta que fueron los perseguidores. Y los que se presentaban con la bandera del amor no hicieron otra cosa que sembrar destrucción y dolor. En 2017 la periodista e historiadora británica Catherine Nixey publicó La edad de la penumbra (Taurus), donde explica cómo el cristianismo destruyó el mundo clásico. En la promoción del libro se decía que solo el 1% de la literatura latina sobrevivió y solo el 10% de los textos griegos. Los cristianos derribaron templos, los saquearon y se sirvieron de sus piedras para construir iglesias, destruyeron las estatuas, quemaron cuanto se ponía a su paso. Ardieron los libros, ardió la vieja sabiduría hasta casi desaparecer. Algunos papiros que sobrevivieron fueron luego borrados por los monjes en la Edad Media: rascaban las palabras de los antiguos para que desaparecieran y escribían encima las cosas del Señor o sus consideraciones teológicas. San Agustín, que animaba a los suyos a que convirtieran a los otros como fuera, resumió en una expresión la furia con que los cristianos golpeaban y torturaban a los no creyentes para salvarlos: “¡Oh, crueldad misericordiosa!”.

Catherine Nixey recuerda en la introducción que cuando escribía el libro, en 2015 y en plena guerra de Siria, unos militantes del Estado Islámico se dedicaron a demoler la antigua ciudad siria de Nimrod, al sur de Mosul, en Irak. Era solo un ejemplo, enseguida se refería también a la estatua de Atenea que fue también atacada por entonces en Palmira. Nada nuevo bajo el sol. Unos siglos antes fueron bandas de cristianos las que actuaron de manera similar reduciendo a ruinas algunas de las grandes construcciones del mundo grecolatino. Nixey se ocupa de explicar con todo detalle la destrucción en el año 392 d. C. del templo de Serapis, en Alejandría.

“¡Oh, crueldad misericordiosa!”. Es curioso el mecanismo que ponen en funcionamiento las religiones monoteístas, ese descaro con el que proceden a destruir con total impunidad lo que les resulta ajeno. Sus fieles operan con la superioridad moral que les otorgan sus sacerdotes, que les susurran en sus oídos: adelante, formas parte de un plan verdaderamente justo, no renuncies a ningún medio para conseguirlo y, si hiciera falta, machaca a tus enemigos hasta la muerte. Están convencidos de haber sido proscritos en algún momento anterior, reclaman una reparación, existe un Señor que les promete la gloria, los mueve el resentimiento, los fortalece el miedo. Una edad de la penumbra, dice Nixey, y habla también de “un mundo cada vez más tenso y cansado” para referirse a aquel largo periodo en el que los cristianos entraron a saco y acabaron con todo lo anterior. El año 529 d. C. se cerró la Academia de Filosofía en Atenas. Fue una señal que resume la oscuridad que vendría después.

Quizá el mundo de hoy se parezca a aquel otro “cada vez más tenso y cansado” en el que el fanatismo de los cristianos liquidó la antigüedad clásica. Es posible que tanto fervor destructivo sea ya cosa del pasado o de los descarriados del Estado Islámico. Vivimos en el mejor de los mundos posibles, pero es necesario celebrar a aquellos paganos que reconocían a multitud de dioses y que no se plegaron a la crueldad misericordiosa de un único patrón, una única causa, una fe incuestionable.


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