El Pato Donald contra los nazis
El mundo de las esvásticas arremente contra la corporación Disney por cuestionar su mundo de blancos heterosexuales
En la entrada de Disney World en Orlando, se plantó hace poco un grupo de manifestantes con vistosas banderas nazis. No era una comparsa de las que son usuales en el reino de la fantasía por excelencia, y donde abundan los disfraces, el Pato Donald o el perro Pluto dispuestos a tomarse fotos con los visitantes. Eran nazis de verdad, portando banderas rojas con el emblema de la esvástica, que no se compran en las tiendas de recuerdos del lugar. Una de ellas fue clavada junto a la efigie emblemática del ratón Mickey.
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En la entrada de Disney World en Orlando, se plantó hace poco un grupo de manifestantes con vistosas banderas nazis. No era una comparsa de las que son usuales en el reino de la fantasía por excelencia, y donde abundan los disfraces, el Pato Donald o el perro Pluto dispuestos a tomarse fotos con los visitantes. Eran nazis de verdad, portando banderas rojas con el emblema de la esvástica, que no se compran en las tiendas de recuerdos del lugar. Una de ellas fue clavada junto a la efigie emblemática del ratón Mickey.
Nazis de Estados Unidos. Los hay en todas partes hoy en día, de uniformes grises, brazaletes y puño alzado. Estos gritaban insultos contra la corporación Disney. Un comunicado de la oficina del alguacil del condado de Orange expresa: “Somos conscientes de estos grupos que tienen como objetivo agitar e incitar a las personas con símbolos e insultos antisemitas… deploramos el discurso de odio en cualquier forma, pero las personas tienen el derecho de la Primera Enmienda a manifestarse”.
Disney sostiene una cerrada oposición a la cruzada antiwoke del gobernador de la Florida, Ron de DeSantis, que ha hecho pasar una ley sobre Derechos de los Padres en la Educación, conocida como “no digas gay”, la cual prohíbe a los maestros de las escuelas públicas enseñar nada sobre orientación sexual o identidad de género, ahora en todos los grados, desde los cinco hasta los 18 años de edad.
Disney World gozaba de un estatus de autonomía, todo un enclave con sus propios privilegios fiscales y administrativos. En una de las batallas de esta guerra, el gobernador le quitó esos privilegios, con lo que la corporación ha recurrido ante los tribunales. Y mientras DeSantis amenaza con mandarles a construir una cárcel al lado, Disney ha ordenado suspender su programa de nuevas inversiones por billones de dólares.
Ser contendiente de una guerra semejante parece inusitado para un republicano de hueso duro como DeSantis, quien disputa a Donald Trump las banderas más fundamentalistas en la campaña por la candidatura a la presidencia de Estados Unidos. Si alguna empresa representa el triunfo sacrosanto de la libre empresa, esa es la corporación Disney, a la cabeza en el mundo en la industria de la diversión.
Y más inusitado aún, ver al Pato Donald enfrentado a los nazis. No he preguntado aún a Ariel Dorfman qué piensa del nuevo giro en la vida política de este personaje que mereció todo un libro, Para leer al Pato Donald (1972), escrito por el propio Ariel y por Armando Mattelart, en los tiempos del Gobierno de la Unidad Popular, con Salvador Allende en la presidencia.
Con cerca de 40 ediciones, y traducido a decenas de idiomas, este “manual de descolonización”, analizaba desde la perspectiva marxista la influencia enajenante de los personajes de Walt Disney, toda una disección de la ideología entremetida en los globitos que salían de sus bocas; esa caterva de patos, perros y ratones de las historietas y dibujos animados no eran sino un producto de la metrópoli para implantar mentalidades capitalistas, tal como Rico McPato, el tío multimillonario de Donald, supremo egoísta que se baña feliz en sus montañas de monedas de oro como si se tratara de jabón espumante.
Los años setenta son los de Leer al Pato Donald, y Las venas abiertas de América Latina, de Eduardo Galeano, libros sacramentales de la izquierda en ebullición. Es la década de las revoluciones triunfantes y en ciernes, guerrilleros heroicos y el hombre nuevo, lucha a muerte contra el imperialismo, conciertos masivos de rock y canciones de protesta, cannabis y cabellos largos ―y más tarde golpes de Estado, dictaduras militares, desaparecidos―. Y, dado que la propuesta era demoler el sistema y erigir sobre sus escombros el socialismo, los temas que ahora confrontan al Pato Donald contra los nazis no se consideraban estratégicos, o ni siquiera se debatían: igualdad de género, integración racial, derechos de la comunidad LGTBIQ, educación sexual libre en las escuelas. Al contrario, la revolución cubana metió en campos de concentración a los homosexuales y no pocos íconos de la redención social eran machistas redomados.
Acorde con los viejos tiempos, el propio patriarca Walt Disney se encargaba de borrar con su lápiz mágico todo lo que se saliera de la norma ortodoxa masculina. Hoy, sus herederos corporativos hacen una revisión del canon tradicional. En Fantasía, la película ya clásica de 1940, aparecía una empleada doméstica que además de negra era torpe, como si fueran condiciones gemelas. En Dumbo, la pandilla de cuervos que hostigaban al inocente elefante, representaban a los negros haraganes; el jefe, para dejar atrás toda duda, se llama nada menos que Jim Crow.
Ahora, en La sirenita, Ariel es negra, ya no rubia de cabellos de oro, con sensacional éxito de taquilla. El Pato Donald podría ser gay: el personaje de la película Un mundo extraño es un adolescente gay.
¿Expiación, o nuevos nichos de mercado? De cualquier modo, los nazis que agitan sus banderas con la cruz gamada se sienten atacados. El Pato Donald se ha convertido en su enemigo. El mundo de las esvásticas es de blancos heterosexuales, o no será.
Habrá que leer de nuevo al Pato Donald.