Tribuna

Ofensiva ucrania, ¿momento decisivo?

Aunque existan imponderables que harán inservibles muchos de los cálculos previos, es preciso diseñar planes de operaciones que sirvan a los que deben tomar las decisiones en el campo de batalla y en los despachos gubernamentales

MARTIN ELFMAN

Tratar de describir cómo se va a desarrollar la ofensiva que Ucrania ya ha iniciado es una tarea condenada de antemano al fracaso, aunque solo sea porque a partir del primer golpe, como tantas veces se ha demostrado en la práctica, lo que suceda a continuación dependerá de infinidad de imponderables que harán inservibles muchos de los cálculos previos. En todo caso, hay que hacer esos cálculos y hay que diseñar p...

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Tratar de describir cómo se va a desarrollar la ofensiva que Ucrania ya ha iniciado es una tarea condenada de antemano al fracaso, aunque solo sea porque a partir del primer golpe, como tantas veces se ha demostrado en la práctica, lo que suceda a continuación dependerá de infinidad de imponderables que harán inservibles muchos de los cálculos previos. En todo caso, hay que hacer esos cálculos y hay que diseñar planes de operaciones que sirvan de guías a los que deben tomar las decisiones en el campo de batalla y en los despachos gubernamentales. En consecuencia, asumiendo el riesgo de quedar desautorizado por los hechos, cabe imaginar que lo que viene seguirá en líneas generales estos parámetros.

Ucrania tiene la iniciativa y los medios para intentar recuperar buena parte del terreno que ahora está en manos de Rusia. Más allá de su escenario ideal —provocar el colapso de la defensa rusa y expulsar a todas sus unidades de suelo ucranio—, lo más realista es suponer que, en el mejor de los casos, llegue a cortar el corredor terrestre que permite a Moscú alimentar a Crimea, a través de la parte de Donbás que controla, junto a los oblast de Zaporiyia y Jersón. Para ello procurará romper el frente en el sector de Zaporiyia, con Melitopol (a unos 80 kilómetros del frente actual) como objetivo preferente sobre el que ejercerá el esfuerzo principal.

Cuenta para ello con el añadido de una docena de nuevas brigadas (con unos 3.500 efectivos cada una), equipadas con alrededor de unos 250 carros de combate y unos 1.000 blindados de infantería, y unas tripulaciones y combatientes de refresco que han sido instruidos durante meses en territorio propio y en el de sus aliados occidentales. Las primeras fases de la ofensiva combinarán acciones de reconocimiento armado para detectar los puntos débiles de la defensa rusa a lo largo de los más de 1.000 kilómetros de frente, con bombardeos cada vez más potentes para ablandar sus líneas de defensa (algo que, de momento, no ha alcanzado la intensidad que cabría esperar), al tiempo que tratarán de eliminar centros logísticos y puestos de mando situados más en profundidad, lanzar incursiones puntuales incluso en territorio ruso (como las que ya se están registrando en Bélgorod y más allá) y, por supuesto, atacar simultáneamente en diferentes ejes para tratar de confundir al enemigo y dificultar considerablemente el empleo de las reservas que Moscú habrá dispuesto para frenar la ofensiva.

Para tener alguna posibilidad de éxito es clave lograr una precisa combinación básica de unidades acorazadas y mecanizadas, con la suficiente potencia de fuego y movilidad como para penetrar las sucesivas líneas enemigas, contando con el imprescindible apoyo de los zapadores, encargados de eliminar los obstáculos al avance, y de la artillería (idealmente autopropulsada) para dar cobertura y apoyo directo a las unidades atacantes. Y mejor aún si se cuenta con suficiente apoyo aéreo y defensa antiaérea para impedir que las fuerzas aéreas enemigas puedan desbaratar dicho avance; pero, dado que Rusia nunca ha contado con el dominio del espacio aéreo sobre la zona de operaciones, este factor no resulta tan relevante como en principio cabría suponer.

Por su parte, Rusia procurará sacar el máximo rendimiento de unas unidades que llevan meses cavando trincheras y plantando barreras contracarro y minas por doquier. En unos casos optará por una defensa estática, intentando mantener a toda costa la posición elegida, y en otros preferirá una defensa en profundidad, cediendo inicialmente terreno para canalizar y debilitar progresivamente el empuje enemigo con la esperanza de poder recuperarlo más tarde. Simultáneamente, continuará con la campaña de bombardeos indiscriminados para desmoralizar a la población civil y se afanará por mejorar su posición en la batalla aérea para poder —con una combinación multicapa de aviones, helicópteros y artillería— bloquear los posibles ejes de avance ucranio. No cabe descartar tampoco que incremente aún más la amenaza contra la capital y otras ciudades, incluso con apoyo de Bielorrusia, intentando fijar a las unidades ucranias en su defensa para que no puedan sumarse al esfuerzo ofensivo.

No cabe esperar un resultado inmediato a favor de ninguno de los actores combatientes. Por eso, asumiendo que vienen meses muy duros, cobrará aún mayor importancia la capacidad demográfica, industrial y económica de ambos bandos para sostener el esfuerzo. Es tan sabido que, en términos generales, el atacante debe lograr una superioridad de tres a uno para contar con alguna probabilidad real de éxito (algo que Ucrania solo puede lograr en momentos y lugares muy puntuales), como que Rusia cuenta con más del triple de población que Ucrania. También es conocido que la capacidad de la base industrial de la defensa rusa supera de largo a la ucrania (destruida prácticamente desde el inicio de la invasión), y que económicamente es Ucrania quien está sufriendo un mayor castigo, hasta el punto de que solo el apoyo recibido desde Washington y otras capitales occidentales le permite evitar el colapso y mantener sus aspiraciones en el campo de batalla. Eso significa, al menos en teoría, que Moscú percibe que el tiempo juega a su favor y que su mejor opción hoy —descartada de momento su capacidad para retomar la iniciativa y, más aún, el uso de sus arsenales nucleares— es resistir todo lo posible, derivando el conflicto hacia una guerra de desgaste que, a medio plazo, cree que puede rendirle mejores frutos. Eso aumenta la presión sobre Zelenski y los suyos para lograr resultados significativos a corto plazo, tanto para seguir manteniendo viva la llama nacionalista como para convencer a los menos entusiastas de sus aliados de que su ayuda sirve de algo y, en última instancia, para sentarse mañana a una mesa de negociaciones en una posición de relativa fortaleza.

A partir de ahí será la destreza y la moral de los combatientes lo que acabe inclinando la balanza en un sentido o en otro, contando con que habrá sorpresas tácticas y golpes de efecto que, con la obvia intención de salirse precisamente del guion previsible, busquen crear situaciones de ventaja que puedan ser explotadas de inmediato. En ese sentido, si nos atenemos a los hechos registrados desde el inicio de la invasión rusa, los uniformados ucranios han demostrado hasta ahora mayor capacidad de combate que sus enemigos, tanto en los escalones de mando como entre la tropa. Y ese no es un dato menor cuando la niebla de la guerra obliga a tomar decisiones que se salen de lo que señala el manual de instrucciones de turno.

De todo ello se deduce que no estamos ante el momento decisivo, si por ello se entiende el punto que decidirá la victoria definitiva de uno y la derrota definitiva del otro. Pero sí será decisivo para calibrar, en función de cuál sea la situación sobre el terreno a la altura del próximo otoño, hasta dónde están dispuestos a llegar los aliados occidentales de Zelenski, qué opciones se abren entonces para un cese de hostilidades y un proceso de negociación o, en el peor de los casos, hasta dónde está dispuesta a llegar la primera potencia nuclear del planeta, contando con que en ningún caso cabe imaginar que vaya a renunciar a Crimea.

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