Buenas rosas
Encontré en mi jardín el cadáver de un mirlo con una pata anillada. En el anillo, muy ligero, de plástico, venía impreso un número y un ruego: “Llame a este teléfono”
Encontré en mi jardín el cadáver de un mirlo con una pata anillada. En el anillo, muy ligero, de plástico, venía impreso un número y un ruego: “Llame a este teléfono”. Lo hice y me atendió una mujer que, tras escuchar la historia, debió de tomarme por un loco, pues no sabía nada de un mirlo anillado. Colgué inquieto, sin que se me ocurriera ninguna explicación razonable, y enterré al pájaro al pie de un rosal que comienza a florecer siempre por estas fechas. Guardé la anilla en una caja de fetiches menores de mi estudio. Días más tarde, recibí una llamada de la mujer, que había conservado mi n...
Encontré en mi jardín el cadáver de un mirlo con una pata anillada. En el anillo, muy ligero, de plástico, venía impreso un número y un ruego: “Llame a este teléfono”. Lo hice y me atendió una mujer que, tras escuchar la historia, debió de tomarme por un loco, pues no sabía nada de un mirlo anillado. Colgué inquieto, sin que se me ocurriera ninguna explicación razonable, y enterré al pájaro al pie de un rosal que comienza a florecer siempre por estas fechas. Guardé la anilla en una caja de fetiches menores de mi estudio. Días más tarde, recibí una llamada de la mujer, que había conservado mi número. Se disculpó por la escasa amabilidad con la que me había atendido y se interesó por el mirlo. Temía que lo hubiera arrojado a la basura, pero le dije que lo había enterrado. Me preguntó entonces si conservaba la anilla y si se la podía hacer llegar por correo. Al anotar su dirección, me di cuenta de que vivíamos muy cerca, prácticamente éramos vecinos, por lo que quedamos en un bar del barrio que conocíamos los dos.
Mientras dábamos cuenta del café, le entregué la anilla, que observó atentamente mientras sonreía con nostalgia. “Esto es obra de mi marido, que falleció hace cuatro meses”, dijo al cabo. Por lo visto, ya en el lecho de muerte, le anunció que en un tiempo indeterminado recibiría una llamada rara, de una persona desconocida, que le hablaría de un pájaro. “Esa será la primera y la última noticia que recibirás de mí desde el más allá”, añadió. Los dos nos quedamos perplejos por lo inverosímil del enredo en el que nos veíamos envueltos. “Mi marido era muy bromista”, se excusó la mujer con expresión festiva. Al salir de la cafetería, me acompañó a casa, donde le mostré la tumba del mirlo, ante la que permaneció en silencio unos minutos. “Esta primavera le dará rosas abundantes”, aseguró al despedirse.