Paisaje después de la polarización

En Cataluña llevamos tanto tiempo votando en clave nacional que ya no sabemos cómo hacerlo fuera del marco impuesto durante una década larga por el independentismo

El presidente de Esquerra, Oriol Junqueras, junto al alcaldable por Barcelona, Ernest Maragall, y el presidente de la Generalitat y coordinador nacional de Esquerra, Pere Aragonès, comparecen para valorar los resultados de las elecciones de este domingo.Marta Perez (EFE)

Me doy cuenta de que en Cataluña llevamos tanto tiempo votando en clave nacional que ya no sabemos cómo hacerlo fuera del marco impuesto durante una década larga por el independentismo. ¿De qué hablábamos antes? ¿Sobre qué discutíamos? Durante todos estos años era casi imposible introducir otros temas en los medios: ni vivienda, ni pobreza, ni paro, ni ecologismo, ni feminismo. Ahora que hasta los ...

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Me doy cuenta de que en Cataluña llevamos tanto tiempo votando en clave nacional que ya no sabemos cómo hacerlo fuera del marco impuesto durante una década larga por el independentismo. ¿De qué hablábamos antes? ¿Sobre qué discutíamos? Durante todos estos años era casi imposible introducir otros temas en los medios: ni vivienda, ni pobreza, ni paro, ni ecologismo, ni feminismo. Ahora que hasta los líderes que pasaron por prisión son llamados botiflers y ha estallado la burbuja que nos ha mantenido ocupados, preocupados y extremadamente polarizados, se nos ha hecho raro ver debates sobre lo real. Por eso, en estas primeras elecciones posprocés nos hemos sentido raros, a contrapié. A estas alturas, incluso a los más adeptos a la causa, se les ha caído la venda de los ojos y ha aparecido ante ellos el triste paisaje de una sociedad que ha desatendido sistemáticamente esos asuntos que fiaban a la llegada a Ítaca: educación, vivienda, tensiones sociales de las que nunca se habla en los medios públicos. Incluso los atentados de agosto de 2017 fueron rápidamente sepultados de la faz mediática y se utilizaron en clave “nacional” mientras en la opinión sofocada crecía un malestar que ahora se ha traducido en la victoria de un partido de ultraderecha independentista en la ciudad de Ripoll. Que no se hable de algo no significa que no exista y ahora que ha reculado la marea del independentismo, no por las críticas que le llovían en contra desde los frentes que ellos tildaban de “unionistas”, sino por la descarnada pugna entre las propias formaciones soberanistas, vamos a ir viendo un paisaje mucho más crudo, a vernos tal como somos en el espejo.

Pero no toda la política que se ha venido haciendo durante este tiempo se ha dejado arrastrar por el huracán del procés. Puede que el ámbito municipal sea uno de los que ha resistido mejor el paranoico chantaje del “o conmigo o contra mí”. Pienso en las alcaldesas (muchas de ellas mujeres) que han seguido trabajando a pie de calle, tremendamente apegadas a la realidad. Por los resultados que arroja el escrutinio de las ciudades más pobladas del área metropolitana, diría que esa constancia, esa tenacidad y ese aguante ante los envites nacionalistas ha dado merecidos frutos. Pienso en Núria Parlón, por ejemplo, que ha convertido Santa Coloma de Gramenet en un auténtico enclave feminista muy alejado de las corrientes relativistas que tanta decepción han traído al movimiento. El paracaidista Gabriel Rufián está lejos de comprender que en sitios como Santako lo que cala no es la mordacidad tuitera ni el identitarismo comunitarista supuestamente integrador (que pretende “incluir” a unos catalanes que lo son desde hace generaciones) sino el patearse de verdad las calles.

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