Todo para el Jefe

No estamos en una campaña normal. En comparación con otros países, y con el pasado, cuando las propuestas eran más contingentes, la acentuación ideológica es brutal

Alberto Núñez Feijóo (a la izquierda), en Getafe, y Pedro Sánchez, en Sevilla.S. Burgos / AFP

Esta campaña electoral no es excepcional. Cada uno hace lo que tiene que hacer, con sus luces y sombras. La izquierda promete más gasto: construir viviendas, ampliar el transporte público y financiar becas, viajes en tren o entradas al cine. Y, la derecha, menos impuestos: deflactar el IRPF, rebajar el IVA, y eliminar sucesiones y patrimonio.

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Esta campaña electoral no es excepcional. Cada uno hace lo que tiene que hacer, con sus luces y sombras. La izquierda promete más gasto: construir viviendas, ampliar el transporte público y financiar becas, viajes en tren o entradas al cine. Y, la derecha, menos impuestos: deflactar el IRPF, rebajar el IVA, y eliminar sucesiones y patrimonio.

Pero tampoco es una campaña normal. En comparación con otros países, y con el pasado, cuando las propuestas eran más contingentes (recordemos el “bajar impuestos es de izquierdas” de Zapatero), la acentuación ideológica es brutal. Ningún partido político de nuestro entorno, ni ningún supermercado, ofrece más “rebajas” que el PP ni más “regalos” que el PSOE. Y, con la deuda en máximos históricos, el resultado de este doble juego para vaciar las arcas públicas es siniestro: o no se cumplirán las promesas o las pagarán las generaciones futuras.

¿Cómo hemos acabado en este bazar? Hay un factor estructural, que explica muy bien Luis Miller, autor de Polarizados. La política que nos divide. Es un mito que la polarización política se circunscribe al interior de la M-30 y que, fuera del demoníaco círculo capitalino, hay una España angelical donde la “gente se entiende”. Con el paso del tiempo, toda la población española se ha ido distanciando en el eje ideológico: los votantes de derechas quieren un menor peso del Estado y, los de izquierdas, uno mayor.

El problema es que esta evolución social, hasta cierto punto natural y global, se ha solapado con un factor coyuntural y muy español: el ascenso de las maquinarias propagandísticas de las administraciones públicas. En cualquier democracia los partidos usan todos los instrumentos a mano, de las redes sociales a cualquier altavoz, para martillear su mensaje. Pero, en España, los políticos gobernantes utilizan impúdicamente los recursos públicos para propaganda partidista: asesores que no sirven al interés público sino del partido; actos y ruedas de prensa que se convierten en mítines; publicidad institucional de un vergonzante tono partidista. No es que estemos a años luz de la exquisitamente neutral administración danesa, sino que hasta los gobiernos tories del Brexit o el de Trump eran un dechado de imparcialidad al lado de nuestros ejecutivos. Da igual el nivel o el color político. La filosofía es la misma: todo para el Jefe (o la Jefa). @VictorLapuente

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