Es el turismo, bobo

Es un género comercial que en ocasiones adopta demasiados parecidos con la prostitución, un lucrativo pero oscuro alquiler de favores

Turistas en el centro de Madrid.Pablo Monge

A nadie le puede sorprender que la campaña electoral de las elecciones locales que tendrán lugar en 12 días esté girando hacia asuntos esencialistas. Nada mejor que lanzar el bote de pintura contra el lienzo para impedir que se aprecie la pincelada detallista. Hace mucho que al votante se le trata como al niño que se asusta con los cuentos del sacamantecas para que no pregunte por otras cosas preocupantes que suceden en el ámbito íntimo y particular de su casa. Ha su...

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A nadie le puede sorprender que la campaña electoral de las elecciones locales que tendrán lugar en 12 días esté girando hacia asuntos esencialistas. Nada mejor que lanzar el bote de pintura contra el lienzo para impedir que se aprecie la pincelada detallista. Hace mucho que al votante se le trata como al niño que se asusta con los cuentos del sacamantecas para que no pregunte por otras cosas preocupantes que suceden en el ámbito íntimo y particular de su casa. Ha surgido como un iceberg el debate sobre vivienda, porque lo que más perjudica a la unidad de la nación es que unos sean expulsados del núcleo vital mientras otros se apropian de él. Incluso en algunas ciudades se agita el fantasma de la okupación como si tuviera la relevancia que pretenden los alarmistas. Los expertos saben que el gran problema que afecta a la vivienda es que funciona según vasos comunicantes. Cuando una ley se quiere efectiva para un platillo de la balanza inmediatamente desarregla el otro. Así que entre pesos y contrapesos más que avanzar nos topamos con un problema enquistado. Para el pensamiento conservador el mercado solucionará el conflicto con su sabiduría, pero minusvaloran la potencia depredadora del poder. El mejor ejemplo de esa falta absoluta de valores que encarnó el Gobierno madrileño cuando vendió miles de viviendas sociales a los fondos buitre, un desmán indecente que quedó sin castigo.

Pero hay algo más detrás de los números agitados en la cara de los ciudadanos. España es un país que explota el milagro turístico, un negocio sencillo y poco repartido. Según los datos, cada día en nuestro país hay al menos un millón de habitantes flotantes que requieren servicios, agua, energía, sanidad y limpieza. Sus gastos se orientan hacia la satisfacción primaria, por lo que apenas generan un tejido profundo en la sociedad que pisan. Es más, con el tiempo se ha visto que perturban el parque de viviendas y la naturaleza de algunos barrios y comarcas como termitas. Es un género comercial que en ocasiones adopta demasiados parecidos con la prostitución, un lucrativo pero oscuro alquiler de favores. En este caso ofreces tu calle, tu paisaje, tu parque, tu bar y tu mercado sin que muchos ciudadanos sientan que ganan algo en el canje. Los que vieron sucumbir a nuestra gran capital internacional, Barcelona, ante un turismo que deglutió su almendra central para escupirla echa un guiñapo, observan cómo ese mismo modelo de negocio se vende como el gran éxito del Madrid actual. Barcelonizar Madrid con hordas de turismo masivo, de despedida de soltero, barra barata, piso clandestino y terracita cálida por supuesto que da dinero en el balance general, pero nos precipita al hoyo.

Sumen Baleares, Málaga, Sevilla, Girona, San Sebastián. La vivienda se ha convertido en la parte débil del contrato de explotación turística. Ya ni siquiera los que se desplazan para ocupar plaza laboral en hostelería o servicios encuentran con facilidad dónde instalarse. Por no hablar de los jóvenes que son incapaces de abrirse hueco para asentar un proyecto personal cuando alrededor suena la música de las maletitas con ruedines y los 10 chupitos a cinco euros. El equilibrio entre el negocio y la calidad de vida está quebrado. A quienes osan reformarlo les llaman radicales. Pero será mejor encarar el problema, que marear al personal y dejar que todo se pudra bajo la cicatriz del éxito.

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