La clase media como virus social

La España tuitera se divide entre quienes defienden a una clase social conformista y los que la culpan de varios males

Personas en el paseo del Prado, en Madrid.Víctor Sainz

“Me he librado de pocas cosas del virus de la clase media pero una de ellas es que nunca jamás publiqué fotos de comida sofisticada en Instagram… gracias diosito”, tuitea la escritora Anna Pacheco. Y lo hace poco después de publicar el último episodio del Ciberlocutorio, el podcast que presenta con Andrea Gumes. Lo de identificar la clase media con un virus me hace sonreír e ir directa a e...

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“Me he librado de pocas cosas del virus de la clase media pero una de ellas es que nunca jamás publiqué fotos de comida sofisticada en Instagram… gracias diosito”, tuitea la escritora Anna Pacheco. Y lo hace poco después de publicar el último episodio del Ciberlocutorio, el podcast que presenta con Andrea Gumes. Lo de identificar la clase media con un virus me hace sonreír e ir directa a escuchar el que ahora mismo es mi podcast favorito. “Un 66% de la población española se considera clase media”, explica allí Pacheco, para después añadir que esta clase es “la mayor estafa piramidal jamás orquestada por el Estado”. Y yo, que igual que ella, he padecido casi toda la sintomatología de este virus, añado que la estafa ha sido posible gracias al consentimiento de los propios estafados.

Hemos asumido que las democracias son sistemas políticos que se pueden degradar, pero cabe añadir que también pueden degradarse las clases medias que las sostienen. Porque, si bien dichas clases pueden ser un estado social satisfactorio en épocas de pobreza o de incertidumbre, también pueden fácilmente convertirse en espacios morales de frustración cuando se nutren de individuos y de familias que no han conseguido ser lo que querían. ¿Y qué es lo que queríamos? Pues durante un tiempo se suponía que el objetivo era tener casa en propiedad y descendencia. Pero, a estas alturas, el pisito y los hijos están más relacionados con el conformismo que con la realización personal.

Precisamente ese conformismo es el que parodiaba el vídeo viral de Pantomima Full publicado hará un mes y que, con más de 2,5 millones de visualizaciones, forma parte de la “Historia de Twitter”. El sketch presenta a dos treintañeros explicando sus decisiones vitales. “La vida, cuantas menos complicaciones tengas, mejor”, dice él. Y añade: “Vimos aquí un piso que cuadraba el precio, hay metro, así que para adelante, ¿qué más da?, si es todo lo mismo”. Y ella remata: “¿Nenes? Pues estamos en ello. Además, en esta calle hay una guardería… pues eso que nos quitamos”. Mientras se explican, distintos grafismos ayudan al espectador a interpretar el mensaje: “Tiraron la toalla de la vida”, “Gestación desganada”, “Intolerancia a la ilusión”. Cuando se publicó aparecieron dos nuevas Españas en Twitter, la de quienes defendían esta clase media conformista y defensora de la seguridad y quienes deseaban acabar con esta peligrosa mutación del “virus social”, causante de oleadas de decepción, desmovilización política y conservadurismo. Estuvieron peleando a golpe de tuit durante días, lo que en tiempo tuitero equivale a años (o décadas) humanas. “Hay dos cosas que te pueden hacer más conservador: una es tener hijos y otra es tener casa”, tuitea Gabriela Becerra después de escuchar el Ciberlocutorio. La sentencia es de Carlos Delclós, sociólogo especializado en vivienda e invitado al programa, que en otro momento explica que “no es lo mismo tener derecho a tener una casa que el derecho a traficar con la propiedad privada”. Sin embargo, en España, mientras el acceso a la vivienda no mejora, el porcentaje de hogares que cobran arrendamientos por el alquiler de una vivienda se ha triplicado desde 2008, del 2,5 al 7%. La nueva aspiración de la conservadora clase media ya no es tener casa, sino convertirse en caseros. El resultado de esta mezcla de conformismo, aspiración y decepción es gasolina para los fértiles populismos. Eso y que las clases medias podrían dejar de ser el sostén del Estado para convertirse en el Estado mismo, con toda su desafección y ausencia de proyecto colectivo.

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