En el frente de guerra

A la reducción del parque de vivienda para su uso tradicional, en paralelo, la inevitable igualación del precio del alquiler con las rentas muy superiores que un propietario puede obtener si opta por alquilar el piso por días o semanas

Bloque de viviendas de la calle Tarragona de Barcelona que se convertirán en pisos turísticos.Carles Ribas

En el frente de la ciudad, según el último parte de guerra, se va enquistando la batalla que destruye la sociedad urbana. Esta semana, calle Tarragona de Barcelona, número 84-90. En los bajos, una logia, pero no es un contubernio. Así se llama la tienda de tatuajes que los elimina con láser o los pinta en la piel y el cliente puede pagar dichos servicios “¡en cómodas cuotas de 3 a 12 meses!”. El portero automático de...

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En el frente de la ciudad, según el último parte de guerra, se va enquistando la batalla que destruye la sociedad urbana. Esta semana, calle Tarragona de Barcelona, número 84-90. En los bajos, una logia, pero no es un contubernio. Así se llama la tienda de tatuajes que los elimina con láser o los pinta en la piel y el cliente puede pagar dichos servicios “¡en cómodas cuotas de 3 a 12 meses!”. El portero automático del edificio es una frontera distópica donde se confunden las eras. Contrasta su modernidad digital con la portería de los días desarrollistas y los pinchos en el marco de la puerta para que no se caguen las palomas. Una antigua vecina explica que algunos conserjes se prejubilaron, al mayor lo despidieron y ahora la propiedad ha externalizado el servicio. Ni llave necesitas. Para llamar al piso, un código. A media mañana ventanas abiertas de par en par. No es por el calor. Son nubes de polvo. Cuando acaben con uno, seguirán con otro que ahora tiene la puerta tapiada porque esta fiesta no termina. Cada cinco minutos el tipo de la carretilla amarilla vacía sacos y más sacos de baldosas rotas en el contenedor de residuos de la construcción. Obras por todo el bloque para convertir lo que eran pisos de alquiler, cada vez menos, en pisos turísticos.

Esta es la batalla: la ciudad va siendo ocupada por los que la han convertido en mercancía. “La actividad más relevante ya no es vivir, ya no son las conexiones, sino la capacidad económica de crear valor”. Jorge Dioni en el arranque de El malestar en las ciudades (Arpa).

Incluso yo, que con sumas y restas, mal, muy mal, puedo comprenderlo. A más pisos turísticos, menor oferta para el alquiler. Y a esa reducción del parque de vivienda para su uso tradicional, en paralelo, la inevitable igualación del precio del alquiler con las rentas muy superiores que un propietario puede obtener si opta por alquilar el piso por días o semanas. Es una dinámica que aceleran grandes inmobiliarias y sus abogados porque la comunidad de vecinos y la del barrio se ha deshilachado y así la política pierde fuerza para revertir la situación que expulsa a los vecinos de su comunidad.

Enfrente, quien proclama libertad porque quiere licencias, más licencias, como sea. Si la política no interviene, esta batalla se pierde. La batalla de mínimos es planificar para evitar la segregación. La batalla progresista empieza por acabar con los pisos ilegales —en Barcelona han sido 6.000, por ejemplo—, suspender la concesión de licencias —como aprobó hace pocos días el Ayuntamiento de San Sebastián— y, con valentía, con buenas leyes, contra la inercia del peor mercado, revertir concesiones que hoy son a perpetuidad.

Esta batalla, que no se puede ganar en todos los frentes, se plantea el 28 de mayo y hemos ido conociendo zonas de conflicto en el frente urbano. Los puntos rojos que marcó Rita Maestre en el centro de Madrid y que no dejaban ver el callejero en el mapa. Ese edificio en Málaga que era el paradigma de la crisis de la vivienda que se solapan España. El edificio de un amigo que vive en el barrio viejo de Girona y que ya no conoce a un solo vecino porque todos son turistas de paso en una ciudad que se ha reinventado para ser un centro comercial del ciclismo al margen de sus ciudadanos. Este edificio de la calle Tarragona en Barcelona, cerca de la casa donde vivo. En la puerta de la finca, mientras vuelve a salir el piso de la carretilla, dejan tres cajas de cartón. Están repletas de productos para la limpieza de fin de obras. Al lado un aspirador industrial.

Me marcho mientras miro el escaparate de la logia de los tatuajes. Aunque podría pagarme uno de una paloma a plazos, no está tan claro que me concediesen el crédito. “Esta financiación está sujeta a la aprobación de la situación financiera y del riesgo del cliente en el momento de su tramitación parte de la entidad financiera”.

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